Pueblo pesquero.

Personas y Virtus.


Alberto tomó su celular y se preparaba a responder justo cuando entraban al hotel. Oscar fue el primero en ver que Laura tenía el teléfono en su mano.


            —Buenas noches, ¿Laura?


            —Buenas noches, Alberto, ¿cómo están? —¿Cuántas veces no se habían saludado con sus «buenas noches» esos dos?


            —Hola, estamos bien, los puestos son muy bonitos, ¿ya los has visto? Hay uno donde un caníbal te persigue y hay otro donde los topos son malvados, pero también hay obras de arte que se pueden comer… y eso que solo hemos visto unos cuantos, creo que hay muchos juegos más. —Alberto se dio cuenta de que Laura estaba en la recepción.


            »Oh, ya te vi, ¿ya casi terminas tu turno?


            —Claro, por eso les hablaba. —Laura los saludó con la mano—. Salgo en quince minutos, si gustan pueden pasear por el hotel mientras me preparo para salir. —Ambos colgaron, ahora sí estaba seguro Oscar que quien terminó la llamada fue Alberto.


            Se acercaron los tres amigos a la recepción. Alberto y Laura eran los que más platicaban de todas las aventuras que habían tenido, pero los amigos se tuvieron que retirar después de que el teléfono del mueble comenzara a sonar. Laura lo respondió después de disculparse con los visitantes.


            —Podemos ir a guardar todo esto, ¿qué les parece? —Adriana seguía cargando su bolsa, ninguno de sus amigos parecía haberse dado cuenta de que la dejaron con ese encargo.


            —Claro que sí, vamos, guardamos esto y ya después lo de la bodega. —Alberto se giró para preguntarle a Laura sobre sus posesiones, pero se acordó que estaba ocupada.


            —Yo solo me quiero llevar unas pocas cosas al pueblo, como una libreta y algo con lo que escribir.


            —¿Tienes mi chofer, Adri? —Mientras caminaban, Adriana removió su recuerdo y se lo dio—. Yo soy feliz con esto en mi auto y con los alfeñiques para compartir con Laura… y con ustedes también, claro que sí.


            —Creo que me llevaré los chocolates, se me antojan con el frío, más de imaginarme en la playa, con la brisa helada del mar, comiendo uno con menta mientras acomodo todo para pintar el amanecer.


            —Suena muy lindo, ¿llevarás a Caroline? —Oscar recordaba más los detalles finos como los números de las habitaciones o los nombres puestos a los peluches y artesanías.


            —No, no… no me gustaría que mi pequeña artista se cayera y se me perdiera entre la arena y la oscuridad. —Hizo una cara de tristeza.


            —Mi chofer ira con nosotros, así, si me duermo, tenemos un remplazo, eh. —Risas de Alberto, quería subir el ánimo de todos. Los demás sonrieron.


            Subieron al elevador y se dividieron los objetos, el primero en bajar fue Oscar. Quedaron de verse en los sillones donde horas atrás habían visto a personas mayores leyendo el periódico.


            Llegó a su habitación, no traía muchos artículos en realidad. Acomodó su cuadro en la mesa, frente al espejo, de manera un poco inclinada para verlo desde la entrada y el frente. Sacó los comprobantes y los dejó sobre el mueble, lo mismo hizo con su calavera de azúcar, todavía dentro de la bolsa.


            Aprovechando que su cuarto era el más cercano al vestíbulo y que era el que menos artículos había ido a guardar, se dirigiría a la bodega por la libreta, pero primero, una vista a los maravillosos puestos nocturnos que se alcanzan a ver desde su cuarto.


            Se asomó. Una amplia sonrisa se veía reflejada en el cristal. Pudo divisar casi todos los puestos, incluso veía la vulcanizadora. Trató de ver por atrás de los negocios, la cabaña por donde había corrido junto con Alberto, pero no pudo distinguir bien donde quedaba, se encontraba prácticamente en una de las paredes de un cañón y en la parte frontal había unas cuantas cuarteaduras repletas de vegetación y peñascos, justo sobre los comerciantes.


            Decidió dejar abiertas las cortinas, le gustaba que, al entrar a su habitación, poder tener esa vista dándole la bienvenida.


            Salió al corredor y aprovechó para ver el mapa junto al elevador, quería encontrar la bodega para ir por su libreta. Después de un rato la encontró en la planta baja, junto a la biblioteca.


            Aprovechando su memoria, se dirigió para allá. Al llegar a la biblioteca se le ocurrió una gran idea, seguro la haría realidad en la playa, iba a necesitar más de una libreta, que bueno que había comprado varias, aunque también podía usar su computadora.


            Se quedó pensando en la entrada de la biblioteca, no se decidía si entrar o permanecer en el umbral, después de pensarlo un momento, entró. Estaba frío el ambiente, pocas personas y muchos libros. ¿La gente no suele leer mucho? Seguro era por la hora, por cierto, tenía que darse prisa, ya casi sale Laura.


            Fue a la bodega del hotel, un encargado vestido todo de azul estaba dormitando atrás de un escritorio, una silla de madera delgada le servía de mecedora, aunque no estuviera hecha con ese propósito.


            —Buenas noches, joven. —Se le escapó un bostezo—. ¿En qué podemos ayudarle?


            —Buenas noches, botones. —No estaba seguro por qué le había dicho de esa manera, prefirió pasar por alto el tema cuando vio que el encargado sonrió—. Pedimos que nuestras compras fueran enviadas aquí desde el supermercado. —Oscar no sabía cómo expresarse, quería darse a entender, pero las palabras no le salían.


            —¿Es usted Alberto?


            —No, no. Soy su amigo, soy del 207, me llamo Oscar. —Quiso saludarlo de mano, pero no fue necesario, el encargado se levantó, dejando caer la silla sobre sus cuatro patas.


            —Uno de sus amigos. Muy bien, por aquí están sus pertenencias, ¿gusta que le ayudemos a llevarlas a sus cuartos? —¿Así de fácil se las iban a dar? Lo esperaba de los Virtus. ¿Pero, las personas? En general hacían muchos trámites innecesarios para demostrar que eran los dueños de los objetos porque nadie confiaba en los demás.


            —No será necesario, solo vengo por una libreta y…


            —¿La papelería, eh? Muy bien, esa la tenemos de este lado. —Comenzó a caminar al lado contrario del que se dirigía en un principio.


            »Ajá, aquí. Tome sus pertenencias, si me necesita, estaré en mi puesto. —Señaló con la cabeza la silla en la que estaba—. Debo de cuidar el fuerte. ¿Me entiende, no? —No—. Luego puede entrar un huésped y se perderá en la bodega porque no hay quién lo guíe. —Dicho esto, caminó de regreso a su lugar, en el trayecto dijo algo en voz baja, Oscar no estaba seguro si lo había oído—. Además, ya estaba calentita la silla, con este frío me va a costar media hora sentado para que recupere su temperatura. —Otro bostezo.


            Oscar alcanzó a decir un tímido gracias mientras rebuscaba la mejor libreta que llevarse, no tenía mucho sentido, tomó una verde y una azul, un lapicero y salió feliz de su aventura. En el umbral se encontró con Adriana.


            —Oh, hola primo, ya traes tus libretas, ¿cierto? —Sí, las trae en las manos, no es necesario preguntar.


            »¿Me acompañas por mis utensilios de arte? —Oscar los había visto cerca de las libretas, ¿también los consideraban papelería?


            —Hola, prima, claro, están por aquí. —Caminaron el pequeño tramo que había recorrido hace poco. El encargado estaba balanceándose otra vez, ni siquiera los volteó a ver.


            —¿Me ayudas?, me traje mi bolsa temporal para guardar las pinturas, pinceles, diluyentes y la paleta, necesitaré otros utensilios también para… ¿Si cabrá el bastidor? —Oscar estiró los laterales del saco y con trabajos lograron encajar la obra de arte en blanco para su correcto transporte.


            Como pudieron, fueron almacenando todo lo necesario en la bolsa, moviendo aquí, sacando las pinturas para acomodarlas de otra manera. Finalmente, hasta las libretas estaban metidas ahí, de tal manera que protegían el bastidor en caso de un accidente.


            —¿Alberto iba a llevar algo de aquí?


            —No creo, es más, me imagino que ya estará en el vestíbulo con Laura —Oscar habló con una intención de complicidad.


            »Oye… —dijo tratando de hablar como lo hacían las personas, a escondidas, secreteando de un amigo cuando no está, ocultando información irrelevante porque no hay confianza ni en esos asuntos—. Laura es una persona, ¿verdad? Me refiero… no es…


            —Un usuario, creo que tienes razón, Laura no es un usuario como nosotros, yo también lo sospeché, le iba a preguntar hace rato a Alberto, pero se me pasó.


            —Sé que podemos trabajar como las personas, ya vez a Alfonso, él era encargado de mercadotecnia. —Salieron de la bodega, Adriana cargaba la bolsa, algo que sería mal visto para las personas, pues generalmente quienes cargaban eran los hombres.


            »También Manuel, al final se quedó trabajando en el supermercado. La gente muestra diversas personalidades, me parece que se pueden gestar relaciones profundas. ​