Supermercado.

Asistencia al cliente.


No fue necesario complicarse tanto el tema de las compras, los Virtus se facilitan mucho la vida, el apoyarse mutuamente todo el tiempo y ser siempre directos, además de transigentes, es mucha ventaja.


            El trío de amigos se dirigió a la ropa, se probaron varias prendas, sin necesidad de ir al probador, más que Alberto que quiso imitar a las personas antiguas.


            Oscar terminó con una chamarra café muy ajustada, pero bastante calentita. Adriana una chamarra rosa con afelpado en el gorro. Alberto un suéter simple color gris.


            Regresaron y pagaron en la misma caja de antes, otra vez sin hacer fila.


            —¿Nos llevamos los dos carritos al cuarto y luego vamos a los puestos? —Adriana jugaba con su gorro.


            —Tengo una mejor idea. —Alberto sacó su celular—. Es mejor porque incluye hablar con Laura. —Una sonrisa cómplice fue enviada a Oscar.


            —¿De dónde sacaste el número de Laura? —Oscar no comprendía a que se refería.


            —¿Quién es Laura? —Adriana se había cubierto casi toda la cara con el gorro, dejando al descubierto solo la boca, haciendo gestos como si fingiera que era un pico de algún ave.


            —Oh, no se preocupen, tengo todo pensado. —Dicho esto, caminó de vuelta con la cajera y le habló, los otros dos no lo oyeron. Volvió enseguida sonriendo.


            »Me dice Julia que en asistencia al cliente nos pueden dar información, por cierto, esta bella mujer es Julia. —Hizo un ademán refiriéndose a la cajera.


            »Y la hermosa recepcionista del hotel, es Laura, ¿la conoces Adriana?


            —¿Es una de cabello oscuro y corto, con un peinado muy extraño dirigido hacia adelante?


            —Sí, así, ¿te parece que es guapa?


            —Creo que es atractiva para el momento en el que estamos.


            —Me parece muy atractiva, es decir, no hay como ellas en nuestros tiempos, digamos que me gusta que sea diferente.


            —¿Yo te parezco atractiva?


            —Sí, pero honestamente no me gusta mucho el cabello claro, prefiero morenas.


            —Todavía no me acostumbro a este cuerpo, me sigo sintiendo torpe, al menos espero tener la finura suficiente para captar lo hermoso del paisaje oceánico.


            —Por supuesto que sí, mañana lo probaremos. ¿Crees que yo soy atractivo?


            —Sí, tienes buena musculatura, aunque el color gris no te sienta bien.


            —Lo sé, son colores muy burdos, pero es lo que se usa en estos días. Me gusta ser como los demás, me hace sentir incluido.


            —A mí me gusta tu gorro —dijo Oscar—, el mío es muy simple, solo me sirve como sombra. —Todos rieron.


            —Al menos tienes gorro —dijo el musculoso vestido de gris.


            Caminaron hasta el apartado de asistencia al cliente. Parecía que era una especie de oficina sin paredes, con pequeños aparadores que servían de delimitadores. Sentada en una silla escueta, una joven jugando en su celular.


            —Buenas noches linda, ¿cómo te llamas? —dijo animosamente Alberto.


            —Oh, muy buenas noches, soy Claudia, ¿en qué le podemos ayudar?


            —Nos gustaría saber el número del hotel, nos dijo Julia que podíamos venir contigo. —Alberto parece ser bueno para recordar los nombres.


            —Por supuesto que sí, joven. —Ninguno de los tres tenía apariencia de ser jóvenes, menos Alberto—. Permítame un momento. —De debajo de un aparador sacó una tarjeta con la información necesaria, le entregó tres a Alberto.


            —Muchas gracias, Claudia, que tengas una excelente noche.


            —Gracias a ustedes, buenas noches.


            Oscar no pudo evitar ver que al fondo de la pequeña semi oficina había una única pared con varios compartimientos. Parecía que se trataba de un guarda equipaje de pequeños volúmenes.


            —Y ahora, viene lo bueno. —Alberto anotó los números de la tarjeta en el celular y comenzó la llamada.


            —Buenas noches, Hotel Better, no hay otro mejor. ¿En qué podemos ayudarle? —preguntó una dulce voz casi al instante del otro lado de la línea.


            —¡Buenas noches!, hola, Laura, soy Alberto.


            —¡Mucho gusto Alberto!, ¿en qué te puedo ayudar?


            —Andamos en el super, compramos muchas cosas, creo que más de las necesarias, ¿sabes?, nos gustaría que nos ayudaran a llevarlas a alguno de nuestros cuartos. ¿Recuerdas con la persona con quién iba?, tiene la habitación 203. —Oscar lo corrigió, es 207—. Oh, sí, perdona, es la 207. También estamos con Adriana, su prima, ella está en la habitación... —Hizo una pausa y Adriana le dijo su cuarto—. El cuarto 512. ¿Crees que un botones podría venir por todos los artículos y llevarlos a cualquiera de las habitaciones? Queremos ir a los puestos mientras haya poca gente. —Le sonrió a Oscar—. Creo que lo mejor es que se queden en el cuarto 203… digo, 207, es el más cercano. ¿O se puede quedar todo en el vestíbulo para evitar tanto problema y ya nosotros lo llevamos a nuestras habitaciones? Disculpa, no sé si se pueda, ¿cómo ves, Laura?


            —Claro que sí, nuestro servicio incluye traslados de equipaje desde cualquier parte, incluido el pueblo de Puerto Maya.


            »Lo que le podemos ofrecer es resguardar sus pertenencias en nuestra bodega de artículos de clientes, aquí se guardan sus pertenencias indefinidamente y se les garantiza total seguridad respecto a ellas.


            »Si es mucho el material que traen, se puede mantener en un carro especial que guarda y moviliza todo dentro y fuera del hotel para mayor comodidad para nuestros huéspedes. —Este hotel tiene de todo, pero casi no hay tecnología virtual, pensó Oscar.


            —Eso estaría estupendo. ¿Cuánto costaría?, ¿también se paga al liquidar la habitación?


            —No es necesario, es cortesía del hotel.


            —Maravilloso, entonces. ¿Aquí esperamos, o cómo sería esto?


            —En absoluto, Alberto. —Él sonrió muy feliz, le gustaba que lo llamaran por su nombre—. Se encuentran en el supermercado, ¿correcto?


            —Así es… Laura.


            —Puede pedir en asistencia a clientes que le cuiden sus pertenencias a su nombre. Uno de nuestros compañeros pasará lo más pronto posible para traerlas al hotel, garantizando su cuidado en todo momento, así usted y sus amigos pueden disfrutar de su estadía por la zona. —Alberto sintió que no dijera su nombre.


            —Sí… estaría muy bien, puedes llamarme Alberto sin ningún problema, Laura. Mis amigos son Oscar y Adriana. —Ella saludó con la mano, aun sabiendo que Laura no podía verla.


            —Con mucho gusto, Alberto. ¿Hay algo más en lo que les podamos ayudar? —Siempre servicial y amable, ¿también actuaría de la misma manera fuera de horas laborales? Oscar se lo preguntaba.


            —Oh, sí, hay algo más —dijo tras pensarlo un momento—, pero me gustaría preguntártelo en persona. ¿A qué hora termina tu turno? —Seguramente una pregunta muy directa para alguien de la época.


            —Termina a las 4 de la mañana y comienza a las 8 de la noche.


            —Perfecto, entonces espero encontrarte antes de que termines de trabajar. ¿Puedes registrar mi número o algo así?, me refiero al del celular con el que te hablo.


            —Por supuesto, todas las llamadas quedan registradas en nuestro teléfono.


            —¿Tú no tienes celular? —preguntó un poco ingenuo Alberto.


            —Sí, ya entiendo, en un momento guardo tu contacto y te marco cuando vaya a terminar mi turno por si gustas verme. —Alberto comenzó a caminar.


            —Eso, sí, sería estupendo, muchas gracias, Laura. ¿Me llamas entonces?, ¿verdad? Muy bien, ya quedamos, gracias por todo, Laura, eres muy amable.


            —Un placer ayudarte, Alberto, también a tus amigos, que pasen una maravillosa noche y aquí siguen disponibles todos los servicios del hotel para cuando gusten venir.


            —Gracias, Laura —dijo de fondo Adriana.


            —Muchas gracias, Laura, claro que sí, tú también pasa una buena noche —dijo Alberto.


            —Claro que sí, gracias, nos estamos viendo.


            —Muy bien, adiós, hasta luego. —Se despidió Alberto y colgaron.


            —Es muy amable Laura, casi no he hablado con ella, ya saben, estuve mucho tiempo en mi habitación —dijo Adriana.


            Dejaron los dos carritos al cuidado de Claudia, la joven que atiende en el servicio al cliente. Ambos se quedaron a nombre de Alberto, habitación 402, no fue necesario agregar nada más. Se despidieron y se dirigieron a la entrada. Oscar estaba muy emocionado, Adriana mostraba un poco de resistencia, no le llamaba mucho la atención la cuestión de los puestos de miedo. Mientras tanto, Alberto seguía pensando en cómo sería su encuentro con Laura, no quería llegar tarde, deseaba su llamada antes de que ella saliera para invitarla a un café o a pasea. O incluso ir todos juntos al pueblito. ¡Eso sería lo mejor!, Laura y él, y los primos en la playa. ¿Qué más se podía pedir?, le gustaba mucho estar en el siglo XXI.