Hotel.

Habitación 207, estupenda vista.


Oscar analizaba la historia que le acababan de contar y se sentía como un niño pequeño a punto de entrar a un parque de diversiones totalmente nuevo para él.


            —¿En qué habitación estás tú? —preguntó por cortesía Oscar.


            —Yo estoy en el piso cuatro, en la habitación 402, es curioso, ¿no crees?, que el número de la habitación empiece de acuerdo con el nivel en el que te encuentres.


            —Son muy ingeniosos esos de los hoteles, si olvidas en que piso estás, solo tienes que recordar cuál es el número de tu habitación. —Dentro del elevador había muchos más botones y una pantalla más grande sobre estos, aquí se indica el piso en el que se encuentran, también un panel de información sobre las puertas del elevador con las mismas características del nivel.


            —Totalmente cierto, si yo fuera más despistado y olvidara el piso en el que me hospedo, lo recordaría enseguida viendo mi tarjeta de la habitación. —Sacó de su bolsillo una tarjeta blanca, la giró y se veía una imagen muy bonita y simple, colores rojizos con un estampado artístico de la fachada del hotel, en el centro con letras blancas se leía «Hotel Better. No hay otro mejor», al reverso, con letra escueta en negro, un número que abarca casi todo el espacio, «402».


            —Qué bonita tarjeta, ¿todas son iguales? —preguntó Oscar.


            Tomó la que le tendió Alberto. La inspeccionó a detalle, todo se sentía tan real, el nivel de perfección era muy alto, con razón el juego pesaba tanto, más del doble del mejor juego en sensaciones que se había creado.


            —Eso creo, en realidad, aparte de la mía, no he visto ninguna otra. Si yo fuera el gerente o dueño del hotel, todas serían iguales, más fácil hacerlas en serie que artesanales, ¿no crees? —Tomó su tarjeta nuevamente y se abrieron las puertas del elevador.


            —Pueden ser artísticas las tarjetas, aunque sea mínimo el detalle, si yo estoy en el piso cuatro, mi tarjeta tendía el estampado rojo, pero si estoy en el quinto piso, podría ser azul. Bueno, así lo haría yo. —Oscar iba admirando el vestíbulo, se veía tan grande y… ¿lujoso?, seguro que sí lo era para esos tiempos. A pesar de haber interactuado con otros juegos de temática retro, no se podía acostumbrar a la sensación de realmente estar ahí, era como haber viajado en el tiempo y que solo él y Alberto fueran los únicos cómplices que mantenían ese secreto, fingiendo ser parte de los demás.


            —Es una buena idea, la puedes poner en el buzón de quejas y sugerencias. —Señaló hacía una de las paredes donde se encontraba un adorno de madera muy chico para el tamaño del vestíbulo, arriba de él, un letrero blanco y grande pegado, «Buzón de quejas y sugerencias».


            —Son cartas lo que tendría que introducir, ¿no es así? —Estaban llegando al aparador donde una joven muy bella hablaba por teléfono, uno de esos con cables enrizados sobre sí mismos.


            —O cualquier papel, en realidad les da igual… eso creo. —Llegaron junto a la recepcionista, Alberto le regaló una sonrisa y ella se la regresó. Él se volteó y Oscar lo imitó, ambos recargados en el aparador—. Mira qué bonito es el hotel, este es el vestíbulo, hay varios sitios donde sentarse. —Algunos sillones estaban ocupados con personas mayores leyendo periódicos—. Por allá está un restaurante. —Señaló a la izquierda—. Y del otro lado un bar, también tienen alberca, gimnasio, cancha de tenis y muchas cosas más. No todo está en este nivel como podrás observar.


            —Y eso que se ve fuera son los puestos temporales, ¿no es así? —La mirada de Oscar estaba clavada en el exterior, las puertas del gran hotel, compuestas de cristal, permitían una vista panorámica de toda la calle, sin tomar en cuenta las grandes vidrieras que formaban parte de la pared frontal—. Hay mucha luz que viene de allá.


            —Así es, aquí todo está abierto siempre, nada cierra nunca, como te habrás dado cuenta, siempre hay gente que va y viene, pocas veces estará solo el paisaje. —Oscar se movió un poco, acercándose lo suficiente hacia uno de los cristales de la pared más próxima, desde ahí pudo distinguir a una familia jugando algo en uno de los puestos.


            —Buenas noches, Alberto, ¿en qué podemos ayudarle? —La joven había colgado la llamada, Oscar no se había dado cuenta, al estar tan ensimismado contemplando la escena del exterior, nunca divisó lo que sucedía a su alrededor. Regresó con Alberto.


            —Buenas noches, Laura, ¿qué tal? Vengo con un amigo, buscamos un cuarto especial para él, ¿no es así Oscar?, ya vi que te gusta ver para fuera. ¿Se puede una habitación con vistas a los puestos, Laura? —Oscar parecía un niño pequeño atrás de su padre esperando que decidieran por él.


            —Con mucho gusto, Oscar, ¿cierto?, déjame buscar algo para ti. —Sacó una tarjeta de debajo del aparador, con el estampado azul—. Tenemos disponible la habitación 207, en el segundo piso, ¿les pido un botones? —Oscar recodó sus memorias de la historia, un botones, la persona que se dedicaba a llevar el equipaje y estar al servicio de los huéspedes, aunque esa idea se le hacía absurda, le gustó que lo hayan implementado.


            —No será necesario, muchas gracias —respondió rápidamente Oscar.


            Trataba de aparentar mayor seguridad e independencia, no estaba acostumbrado a que los demás realizaran las acciones por él, le parecía desagradable tener que ser una carga, siempre será mejor ser una ayuda.


            —Aquí tiene la tarjeta señor, el elevador se encuentra en el centro del vestíbulo, el restaurante por aquella zona. —Señaló lo que antes le había enseñado Alberto, ¿por qué es tan interesante el restaurante?


            »Si necesita cualquier información turística tenemos una guía escrita. —Le entregó una pequeña carta doblada y muy colorida… un tríptico, si su memoria no fallaba—. Si requiere otro, en su habitación encontrará un par de ellos, al igual que un código. —Movió la palma de la mano para mostrar una tarjeta plástica sobre el escaparate, en el centro una simple hoja con la impresión de un cuadrado ¿Ya había códigos QR en estos tiempos?, probablemente apenas era el segundo avance después del código de barras—. Éste también se encuentra en su habitación, si lo escanea con su celular puede tener acceso a toda la información turística a la palma de su mano, cualquier duda o aclaración la puede hacer en el buzón de sugerencias que se encuentra en aquella parte. —Hizo un gesto con la cabeza para mostrar el adorno que ya había visto clavado en la pared—. Y también aquí tenemos uno. —Con la misma mano de antes, mostró ahora un pequeño buzón que no había notado, fusionado al escaparate.


            »De la misma manera estamos a sus órdenes las 24 horas del día, puede dirigirse a este aparador y alguno de nosotros con gusto lo atenderá, o si lo prefiere puede llamarnos al número que se muestra en la guía, ¿quisiera que le mostremos los puntos de interés personalmente en estos momentos?, podemos llamar a uno de nuestros botones para que le enseñe con gusto todo el hotel y los sitios de atracción que tenemos. —Que deseos de llamar a un botones, pobre empleado, ¿antes la gente trabajaba de esta manera, siendo una especie de mueble que espera a que alguien le llame para cargar las maletas o para pasearte por el hotel?, es una profesión un poco denigrante para las personas, pero es lo que había en esos momentos, todavía les faltaba mucho por avanzar.


            —Muy amable señorita, no es necesario. —Giró la tarjeta como lo había hecho antes con la de Alberto, al final resultó ser de distinto color de acuerdo con el piso, ¿lo habrán planeado así los desarrolladores o lo cambiaron cuando él lo planteó?


            —De acuerdo, que pasen muy buena noche. La especialidad del restaurante mañana serán chilaquiles, recomendados ampliamente por el hotel. —Haciendo un gesto con la mano se despidió, siempre sonriendo.


            —Es una joven muy amable, ¿no crees? —lo cuestionó Alberto mientras se dirigían al elevador—. Buenas noches para usted también —le respondió sin voltearse y alzando la mano a modo de saludo.


            —Ya lo creo. —La única diferencia de su tarjeta con la de Alberto era el color, seguía pensando en eso, le agradó que hayan metido ese detalle, ya fuera por iniciativa de él o de manera independiente, eso no le afectaba, para eso estaba ahí, para ayudar a mejorar el juego. Si fuera una persona de los años dos mil, seguro se sentiría muy desconfiado, que la gente trama algo, que buscan hacerle daño y demás tramas paranoicas. ¿Cómo la gente podría vivir así?


            —A mí me cae muy bien, se me hace muy guapa, ¿sabes qué?, si no fuera la recepcionista y no supiera que me trata así por cortesía, juraría que realmente le gusto. —Oscar lo volteó a ver, estaba un poco ruborizado, buen detalle ese agregado—. Realmente me gusta. —Dejó la frase a medias, entraron al elevador y no continuó hablando.


            —Puedes pedirle que vaya a desayunar chilaquiles mañana contigo en el famoso restaurante, ya sabes, es la especialidad del hotel. —Estaba tratando de animar a Alberto.


            —Es una buena idea, lo que no quiero es molestarla… no sé, si a ella no le atraigo y le confieso que me gusta, no me gustaría que se sintiera incómoda con mi presencia. —Vaya, realmente se está metiendo en el papel de una persona. ¿Cuánto tiempo le habrá costado estudiar a esa gente para fingir ser como ellos con tanta facilidad? Eso que hace no tendría sentido para los Virtus, no es necesario hacer más problemas de los necesarios para evitar dañar sentimientos y cuestiones por el estilo.


            —Tranquilo, seguro que sí le gustas, lo noto en la forma en que te sonríe. —Eso no tenía sentido para Oscar, ese aspecto no decía realmente nada, pero no sabía cómo actuar en esta situación.


            —Eso espero yo también. —Suspiró profundamente.


            Bajaron del elevador. En el segundo piso, frente a ellos, un pasillo no muy ancho, una alfombra elegante con bordes dorados recorría todo el camino, frente a ellos unos letreros que indicaban donde estaban las habitaciones, también un pequeño mapa pegado a la pared con un letrero: «usted está aquí». Le causó gracia a Oscar, obviamente usted está aquí, si no fuera así, no podría leer este mensaje. Justo debajo del letrero, un bote de basura plateado y un extintor en una caja de vidrio colgada a la pared, Oscar nunca había visto un extinguidor.


            —Sigamos amigo mío —dijo Alberto mientras caminaban hacia donde la flecha indicaba que era la habitación buscada—. Sé que no tienes pertenencias todavía, así que solo será una visita de reconocimiento, sirve que veo si tu habitación es más bonita que la mía. —Se rio calmadamente.


            —Yo creo que la tuya es mejor, no creo que Laura te haya dado una peor que la mía.


            —Realmente lo espero, no por hacerte de menos, sino por Laura. —Una sonrisa picarona.


            Llegaron a su habitación, Oscar pasó su tarjeta frente a un dispositivo negro con forma rectangular, se prendió una luz verde y se escuchó el cerrojo abrirse.

            —¿Listo para ver tu habitación?


            —Adelante, estoy ansioso por ver la vista, dijo que daba a la calle.


            Entraron. La alfombra era de un gris opaco, muy simple y escueto, sin detalles como la del corredor. A la derecha el baño, con una puerta de madera bastante normal. Frente a ellos, una mesa de cristal con dos guías acomodadas, un espejo grande en la pared con una pegatina del código de la recepción; y una televisión (¿o era pantalla?) en la parte superior, casi tocando el techo. Frente a la mesa, un sillón, de lo más lujoso para la época, parecía reclinable, le recordó al mundo real donde estaba meciéndose y siendo cuidado por otros. Pegado a la pared contraria de la pantalla, una cama no muy grande, seguro era matrimonial, con una colcha rojo intenso muy ad hoc a los tiempos, Oscar esperaba que fuera más cómoda que el asiento del auto.


            Lo mejor estaba frente a ellos, en lugar de una pared había una cortina muy grande, corrediza de color café claro.


            —Ven, vamos… veamos los puestos —dijo emocionado Alberto.


            Ambos caminaron hasta el otro extremo, sin cerrar la puerta de entrada. Alberto tomó un listón de uno de los extremos de la cortina e hizo unas maniobras simples para que se abriera del centro para los laterales, permitiendo una vista de todo el exterior.


            —Creo que le caes mejor a Laura —habló de una manera distinta, parecía una especie de juego, pues tenía una gran sonrisa y se le notaba orgulloso de lo que estaba sucediendo.


            —Seguramente me dio esta habitación porque tú le pediste algo especial, si no hubieras estado, seguro que me manda a dormir al auto —dijo con ánimo juguetón, siguiendo la trama que había comenzado Alberto.


            Alberto le devolvió una sonrisa muy amplia, se notaba que le había gustado ese comentario.


            —Oye Alberto, me gusta mucho esta vista. ¿Dónde está el supermercado?, no lo alcanzo a ver desde aquí.


            —Está a un costado del hotel, por eso no lo puedes ver. —Con el pulgar indicó que se encontraba a la derecha—. De hecho, comparte estacionamiento con el hotel, por eso es tan grande, también está abajo del supermercado.


            »Hay otra salida pegada al supermercado, por si un día quieres ir de compras y no quieres pasar por el hotel, o si solo quieres ir a ver los puestos, da igual a donde quieras ir, este estacionamiento alcanza para todos. —Se notaba cierto orgullo cuando decía esas palabras, lo hacía ver como si hubiera sido el arquitecto de todo esto, y en cierto sentido, tenía razón, es uno de los creadores del videojuego—. ¿Vamos?


            —Sí, quiero conocer todo lo que hay, ¿podemos pasar por los puestos?, me apetece caminar un poco.


            —Con gusto. —Se devolvió y se quedó frente al espejo—. Probablemente tengas frío, estamos en una zona cerrada como habrás notado, el aire sopla fuertemente desde arriba y recorre libremente todo el camino, de noche cuando todo está más calmado puedes oír el canto del viento.


            —Entonces vamos rápido al supermercado y allá me compro un suéter, nada más pasamos por los puestos para verlos y nos seguimos sin detenernos… por cierto. —Oscar regresaba del baño, mientras iba hablando había aprovechado para recorrer su habitación—. No pagamos la habitación, ¿cierto?


            —Oh, por supuesto que no, esos cobros son al final, cuando las personas se van del hotel, claro que puedes ir haciendo pagos o liquidar la cuenta si gustas, pero no debes de sentirte presionado por eso. —Alberto salió de la habitación y Oscar lo siguió.


            —¿Eso significa que puedo desayunar sin necesidad de pagar al momento?


            —Veo que aprendes rápido, es correcto.


            ¿Eso sería algo típico de las personas? Se podía esperar de los Virtus, confiar en los demás sin conocerlos. ¿Sería óptimo o adecuado haber implementado este sistema con las personas? ¿Ya eran capaces de hacer esto con los comienzos de la tecnología electrónica?


            Oscar guardó la tarjeta en uno de sus bolsillos, al fin tenía un objeto en su poder. Caminaron hasta el elevador, bajaron y en poco tiempo estaban ya en el vestíbulo. No vieron a Laura.


            —¿Nervioso? Será tu primera vez fuera, al aire libre. —Alberto le dio una palmada a Oscar.


            —Un poco, sí. ¿De qué dijiste que eran los puestos?, ¿temporada de miedo, no es así? —Oscar se sobaba las muñecas, a pesar de traer mangas largas, le daba la sensación de que se le erizaban los pelos del brazo. Se estaba preparando para sentir el aire frío de la noche.


            —Totalmente, pero no te preocupes, es diversión familiar, no hay nada de qué preocuparte, ¿eres temeroso? —Salieron por la puerta principal, había un mecanismo de puerta corrediza con sensor de movimiento que les permitió pasar, al salir, un portero, que Oscar no había visto, les deseó que pasaran una buena noche.


            —No, en absoluto… Buenas noches —respondió Oscar al portero.


            Tuvo que girarse para ver que estaba parado junto a la entrada, vestido de un traje rojo muy bonito, parecía tejido con la alfombra del corredor. ¿También las personas trabajaban como ornamentos en puertas?


            —Buenas noches —dijo enseguida Alberto, sus voces se mezclaron—. Vamos, crucemos la calle, todo lo divertido está del otro lado, en la acera en la que estamos solo hay un hotel que ya vimos y un supermercado al que llegaremos.


            Cruzaron, Oscar sintió el aire frío, especialmente al estar a mitad de la calle, casi pudo jurar que lo escuchaba sollozar.


            Al llegar a la otra acera se escucharon unos murmullos, eran los juegos vivos, con su distinguida música alegre que invitaba a la gente a acercarse. Similar a estar en una feria, pero en medio de ningún lugar, aparte de los juegos solo se veía el hotel y muchas colinas muy empinadas, daba la sensación de estar en una gruta sin techo.


            Se acercaron al puesto que les quedaba más cercano, dejando a un lado los que se encontraban entre ellos y la vulcanizadora. Casi no había gente, parecía que llegaron en un momento no muy concurrido.


            —Buenas noches, pasen, acérquense a ver nuestro juego. ¿Podrán descubrir el secreto de la momia? Pongamos sus habilidades a prueba —hablaba una persona tras uno de los puestos.


            —Gracias, solo estamos viendo, buenas noches —contestó Alberto sin detenerse.


            Oscar se había distraído viendo todo lo que sus sentidos le ofrecían, había tantas sensaciones simultáneas que le costaba creer que realmente fuera un videojuego, sentía que había viajado al pasado y estaba en una típica feria del siglo XXI.


            Tuvo que apresurar el paso porque Alberto ya iba más adelantado, Oscar seguía pasmado viendo tantos detalles al mismo tiempo, eran tantos artilugios nuevos para él, juegos mecánicos y simples que nunca había visto, tanto por hacer que ya no sentía ni el frío. Por un momento estuvo a punto de pedirle a Alberto que vieran los puestos con calma, pero también quería conocer el supermercado… y el restaurante… y el pueblo y todo lo que había por ofrecerle este videojuego, tantas actividades por hacer, no había por que apresurarse en todo, más que en alcanzar a Alberto que ya estaba dos puestos más adelante.