Pueblo pesquero.

Puerto Maya.


Laura era la que se mostraba más comprensiva, al parecer tampoco creía firmemente en que la leyenda fuera algo real, se supone que estos relatos tienen una parte cierta y una falsa. Lo más probable es que esos hechos nunca hayan sucedido y hayan sido invenciones para explicar por qué hay cangrejos en esas grutas, cómo llegaron los pobladores a la zona y cuáles eran los orígenes de la humanidad, además de muchas más respuestas muy descabelladas.


            —¿Antes había muchas de estas historias? —dijo Adriana, viendo por su ventana, seguro que estaba buscando alguno de esos cangrejos.


            —Sí, incluso antes eran más comunes, cuando los pueblos estaban más divididos, cada civilización tenía su mitología local que explicaban, básicamente, las mismas dudas que se han tratado en la leyenda que nos contó Laura.


            —Ahora es más un atractivo turístico con una bella historia, aunque hay algunos pobladores que afirman que la leyenda es cierta. —Laura veía hacia el frente.


            —¿Qué no las leyendas son falsas? —cuestionó Alberto.


            —No necesariamente, algunas tienen cuestiones extraordinarias e inventadas, pero con ciertas bases reales, eso significa que puede que sí haya habido una población de pescadores, que una mujer anciana haya descubierto a estos animales brillantes o incluso que los cangrejos se movieran al ritmo de la luz…


            —¿Los cangrejos que bailan son algo real? —Rio Laura.


            —Según entendí, son un poco ciegos, así que seguro se guían por sombras. Si llega una luz externa a su casa, se moverán torpemente porque es algo ajeno a ellos. Para una persona parece que danzan al ritmo de la antorcha…


            —Ohhhh, ¡creo que lo entiendo! —interrumpió Alberto—. Las leyendas son interpretaciones de las personas de lo que perciben y que creen que es cierto, sin necesidad de cuestionarse si realmente es así…


            —¿No es algo muy básico? Digo, ¿qué no se dan cuenta de que lo que se imaginan puede no ser verdadero? —dijo Adriana.


            —Es a lo que me refiero. Para las personas, los primates eran muy endebles en su inteligencia, fácilmente los podían engañar y se sorprendían con trucos tan bajos como un espejo o el fuego. ¡No se reconocían ni en su reflejo! —Adriana sonrió con lo que Oscar acababa de decir—. La gente creía que estos seres eran muy inferiores, pero también entre los pobladores, algunos consideraban de menor nivel a los que se mostraban menos capacitados intelectualmente, burlándose de ellos y mostrándoles estrategias para obtener beneficios y engatusar a los prójimos. Nosotros podríamos hacer lo mismo con cualquier persona, a la mayoría le cuesta trabajo reconocer que están en un sueño. Cuando duermen, no saben si están en otra realidad o es un estado puramente onírico. Así como los humanos se burlaban de sus parientes animales más cercanos por no reconocerse en una imagen que copia sus movimientos, nosotros nos podríamos jactar de que ellos creen en la hipnosis, significados ocultos en objetos ajenos a sus vidas, conspiraciones de poblaciones y otras muchas supersticiones que para nosotros no tienen valor verídico, sino cultural e histórico de una cultura subdesarrollada. Donde lo virtual y lo material tenía un matiz tenue que no podían distinguir claramente.


            Alberto volteó a ver a Laura, se le notaba una mirada triste, como si ella fuera inferior a él en muchos sentidos y no pudieran tener una relación estable. Laura le devolvió la mirada.


            —No te preocupes Alberto, aunque sea una persona, tengo más conocimientos que la población en general. Recuerda que fui hecha por Virtus, tengo muchas de sus cualidades, aunque esté ambientada a esta época.


            Al parecer las personas con las que se relacionaban, sabían de la meta dimensión en la que se encontraban, no tenían problemas con su existencia virtual. Sin duda, toda la calidad Virtus se veía reflejada en esta realidad, pues no había secretos, hechos ocultos o mal información, toda la comunicación era abierta para cualquiera, incluyendo a los humanos, o, mejor dicho, semi Virtus.


            Oscar recordaba que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, varios individuos tenían cualidades Virtus muy marcadas, estos personajes se volvieron históricos y fueron moldeando la sociedad hasta que finalmente superaron a las personas y crearon una civilización más estable y cómoda para todos, incluyendo a las demás especies.


            —No es que las personas se extinguieran, sino que evolucionaron…


            —Gracias Laura —Alberto interrumpió los pensamientos de Oscar—. Eres muy linda, no solo físicamente, sino también tu forma de ser. —Le tendió su mano derecha y Laura se la estrechó.


            —¿Esa es la entrada? —Adriana se coló al centro del asiento y señaló hacia el frente.


            —Así es —Laura dijo calmadamente, Alberto también conocía el pueblo—. Estamos llegando a Puerto Maya, es muy bonito. No hay muchas casas ni personas, el atractivo es la naturaleza…


            —Y los cangrejos… —agregó Alberto. Todos rieron.


            Las luces del auto iluminaron una especie de entrada creada con rocas muy viejas, era como un arco antiguo, en el centro superior se leía «Puerto Maya».


            Los alrededores se veían rústicos, no había nada más que ese umbral artesanal. Una vez que lo cruzaron, el camino se volvió pedregoso.


            Pocas casas a los lados, apenas espacio suficiente para dos autos, sin duda, un pueblo poco transitado. La iluminación de las farolas era escaza, algunas muy alejadas que dejaban un hueco oscuro entre ellas. La vegetación era algo exuberante.


            Apenas habían recorrido dos cuadras de la pequeña comunidad cuando escucharon el rugido del mar, seguro no se encontraban muy lejos del océano.


            Todos estaban maravillados viendo hasta donde la vista les permitía, pero el pueblo no daba mucho de sí, prácticamente era una sola calle con pequeñas desembocaduras laterales no muy grandes que terminaban en cerros y muchas plantas. Lo más probable es que hubiera también varios animales salvajes.


            Llegaron al final del camino, había una especie de estacionamiento en batería con apenas unos veinte lugares para aparcar. La mayoría de los autos del pueblo estaban ahí reunidos, que no eran más de cinco. Los demás medios de transporte eran unos carros muy pequeños, Oscar creyó recordar que se llamaban cuatrimotos, algo lógico si quieren pasear por los caminos silvestres de la selva.


            Se estacionaron en uno de estos espacios, no se notaba movimiento de ningún tipo, no habían visto personas, ni algún animal siquiera, solo se escuchaban los alegres cantos del mar. Oscar se dio cuenta que comenzaba a extrañar la melodía del viento.