Puestos temporales.

Recuerdos.


Varias fotos después, tomadas por la vendedora a los tres simpáticos amigos, por fin compraron varios dulces artísticos, parecía que los cuatro eran viejos amigos y que jamás se irían de ese puesto.


            Otra vez les dieron de esas bolsitas de papel endebles para guardar la mercancía. Para los dulces pequeños como los múltiples chocolates de Adriana, todo iba combinado en una misma envoltura, pero para las calaveritas de azúcar, que cada uno eligió, todas contaban con su propio empaque.


            Oscar pudo ver el marco del cuadro de su recorrido, la parte derecha era el árbol donde estaba colgada la bruja de juguete, formaba todo el lateral. La parte superior aparentaba ser el techo de la cabaña, como si el interior fuera la foto ahí puesta; a la izquierda se encontraba el camino de lápidas, no se podían leer con claridad los epitafios. Se le salió una sonrisa al recordar esa aventura con Alberto, no era la primera ni sería la última con él, ni con ellos, de eso estaba seguro. Y creer que todo había comenzado con su despertar en un auto con Alberto de chofer.


            —Miren la hora —dijo repentinamente Alberto, les mostró la pantalla iluminada de su celular, ninguno de sus amigos pudo ver la hora—. Pasan de las tres de la mañana, Laura sale a las cuatro y nosotros estamos cada vez más llenos de compras. ¿Vamos al cuarto a dejar nuestros recuerdos y a prepararnos para ir al pueblito? —Se mostraba animado, tenía muchas ganas de viajar con Laura.


            —Sí, amigo, ya no sé ni donde poner todo lo que llevamos —dijo Adriana mientras acomodaba sus pertenencias en la bolsa que había comprado, de color café claro con una catrina en tonos rosas, bordada cuidadosamente.


            »Les puedo guardar también sus recuerdos, hay espacio todavía. —Alberto, que estaba jugando con el clavo de su naranja, le entregó sus compras. Oscar guardó rápidamente su cuadro en la bolsita de papel o de cartón suave y se la dio.


            —Disculpe, ¿qué es esta cosa? Sabe raro, un sabor muy intenso que me empieza a dormir la lengua.


            —Es un clavo, se usa en algunos de nuestros alfeñiques, nadie se los come.


            —Amigo —dijo Oscar—, vamos a pagar la bolsa de mi prima y te cuento un poco más del folclor de la zona.


            Caminaron unos puestos, después de despedirse de la vendedora chocolatera con todos sus alfeñiques artísticos. Era extraño que Alberto no haya querido saber el nombre de aquella mujer.


            Adriana les mostró el puesto de donde había salido su espléndida bolsa. Había muchísimas más, también ropas y accesorios para el auto, todas tenían decoraciones de las culturas sajonas como latinas. Criaturas terroríficas y fantasmagóricas, como también remembranzas de los difuntos. Todo era muy bello, Oscar sabía que no siempre fue así, que incluso hubo problemas cuando se mezclaron las dos tradiciones, que curiosamente eran en fechas y poblaciones cercanas.


            Pagaron por la bolsa y Oscar aprovechó la ocasión para continuar con su relato, mientras seguían avanzando rumbo al supermercado.


            —Esas bolsas son todo un arte, parece que aquí hay una fuerte mezcla de dos culturas que son el resultado de la unión de distintas conmemoraciones en civilizaciones mucho más antiguas.


            »Estos puestos son un recorrido histórico y singular de la humanidad. Podemos ver cómo hay dos aspectos importantes, la cuestión del terror y el recuerdo de los difuntos. Uno viene de las costumbres sajonas y el otro de las latinas. Curiosamente los países que más representaban estas cualidades, eran vecinos, aquí fue donde se dio el fuerte choque de tradiciones. Con el tiempo se fueron fusionando las dos hasta convertirse en una nueva especie de celebración común. Lo mismo ha sucedido durante muchos años, se cree que estas dos corrientes estuvieron emparentadas en sus orígenes, pero hasta el comienzo de la globalización, se juntaron nuevamente para crear un rito más rico en todos los aspectos. Eso es un ejemplo, mis amigos, de la comunicación múltiple entre personas, es decir, del inicio de nosotros. —Alberto trataba de seguir el ritmo, sabía de historia, pero esto era más especializado de lo que sus conocimientos le permitían. Adriana admiraba su bolsa.


            —¿Y el clavo? —La pregunta sorprendió a Oscar.


            —Oh, cierto, es una especia usada en la cocina, sirve para incrementar los sabores de las comidas, bueno, para eso se supone que son los condimentos alimenticios. En los alfeñiques se usa más como decoración, aparentando ser ramitas u otros objetos curiosos.


            —¿Entonces no me lo tengo que comer? Creo que se me durmió una parte de la lengua.


            —Mejor come uno de los chocolates. —Sacó su bolsa y se la ofreció. Alberto tomó un chocolate con una flor dibujada. Sacó el clavo de la boca y se lo guardó en una de las bolsas del pantalón—. ¿No quieres uno, primo? —Oscar tomó uno en forma de tambor, no sabía de donde había salido, tal vez la vendedora se equivocó y se lo dejó a Adriana, o quizá Alberto dejó uno de los que tomó en la bolsa, puede que incluso haya sido cortesía… Al morderlo notó que tenía un sabor muy amargo, como el de su café, incluso tenía un grano de este producto, bien tostado y de sabor intenso. Le trajo varios recuerdos a su memoria.


            —Mientras caminábamos tomando café por el supermercado, noté que el mío era muy amargo, al igual que este chocolate. —Adriana lo vio—. No te preocupes, prima, me gusta este sabor. Me hace darme cuenta de que los extremos pueden convivir sin problemas, me refiero a que, en los puestos, se busca crear una sensación de terror, pero al mismo tiempo de respeto por los que, dirían coloquialmente, se han ido. —Alberto hizo un gesto de duda—. Me refiero a los que han fallecido. —Oh, soltó en un soplido Alberto.


            »El primer sitio al que fuimos, estaba más orientado a crear un ambiente tétrico, con topos de apariencia escalofriante y actos violentos como golpear a las criaturas o que el mayor de todos destruyera una ciudad. Justo al lado, varias decoraciones de esqueletos que representaban a las antiguas profesiones a las que pudieron haberse dedicado, aquí ya no hablamos de crear un ambiente de suspenso o de miedo, sino de recuerdos gratos con los seres queridos. No por eso necesitan ser exclusivos entre sí, ambos son similares en cierto aspecto y eso lo pudimos ver en otro lado, como en el recorrido. —Aquí comenzó a hablarle más directamente a Adriana.


            »En esta travesía había un ambiente de espantos, pero también un altar de muertos y lápidas curiosas que alegraban el ambiente, al mismo tiempo que un monstruo nos perseguía. A pesar de que parece que no coinciden, hubo una mezcla muy buena en ese sitio.


            —Creo que yo soy más de las tradiciones de no espantos —dijo secamente Adriana.


            —Lo sospeché por tu bolsa. —Rio entre dientes Alberto.


            —También donde la compraste, estaba esa mezcla de contrastes. Se encontraba mercancía tanto de aspecto perturbador como esqueletos, más específicamente catrinas, que son un referente singular de la cultura conmemorativa a la memoria de los muertos. —Ya habían llegado a la entrada del supermercado y seguían caminando por la misma acera hacia el hotel. Oscar volteó a ver los puestos, no había notado que había varias zonas con mucha tierra, seguro era lo que el viento se llevaba de las cumbres y se quedaba ahí resguardado.


            »Eso me recuerda… —dijo con la intención de dejar en suspenso a sus amigos—. Alfonso y Manuel también son dos opuestos que encontraron un común que los unió para fortificar y enriquecer sus habilidades y aptitudes. ¿No sería hermoso que las personas se hubieran dado cuenta de esto? Bueno, al menos lo hubieran aceptado antes y no generaran tanto conflicto por cuestiones absurdas.


            —Ibas tan bien primo, no me hagas sentir triste nuevamente.


            —Lo siento, siempre termino hablando de lo crucial del cambio entre personas y Virtus. Solo déjame dar un pequeño ejemplo, no te causaré más remordimiento, prima.


            —Adelante, tenemos un pequeño tramo más antes de llegar al hotel —dijo alegremente Adriana.


            —Todos nosotros sabemos que lo que decimos, es escuchado y analizado por más Virtus y no solo por nosotros, me he dado cuenta, no solo porque lo sabía desde antes. Cuando mi tarjeta tenía un color azul y no rojizo como la de Alberto; o como Alfonso que se nos acercó sin disimular ser una persona, pues justo acabábamos de hablar entre nosotros y con Manuel de que lo mejor era mantener una comunidad unida entre nosotros. Eso en el pasado estaría muy mal visto, incluso serían temas de conspiración. —Alberto se rio, esos temas eran causa de gracia entre los jóvenes—. De paranoia y de que eran espiados por la gente, que no tenían derecho a la protección de datos personales y muchos temas de conflicto que solo no permitían un avance en temas de verdadera importancia.


            —Me alegro de estar aquí, ¿sabes? —comenzó Alberto—. Me siento como en casa, como si yo hubiera pertenecido a este tiempo. Creo que me acoplo muy bien, ¡ya hasta sé manejar!, es más, ¡tendré una cita con Laura! A pesar de todas las problemáticas y obstáculos que pudieron tener las personas, es una época muy agradable para vivir, al menos en el entorno en el que estamos.


            Comenzó a sonar el celular de Alberto, todos se sobresaltaron, ya casi entraban al hotel.