Puestos temporales.

Calaveritas profesionistas.

Oscar y Adriana continuaron su camino después de dejar a Alberto con los topos, había comenzado un nuevo juego y se despidió rápidamente haciendo un saludo con la mano libre, antes de comenzar los hostigamientos contra los tálpidos malignos.


            Pasaron al siguiente puesto, inmediato al que habían estado. Sentada al fondo una señora con una cobija que la cubría casi completamente. No dijo nada.


            No había mecanismos de juegos, solo peluches y diversos artículos de canon terrorífico. Se notaban muy simples, una jirafa con manchas rojas, un elefante con colmillos similares al que llevaba Adriana. También había cajas de cartón muy simples con una cuerda que sobresalía de uno de los extremos, en el otro se encontraba un pequeño orificio, antes de llegar al final del rectángulo, dentro se podía ver una especie de calavera artesanal, solo se observaba el cráneo muy decorado y un poco del tronco.


            —¿Qué es eso?, disculpe, buenas noches, ¿qué es la cajita esta? —Adriana señaló el pequeño rectángulo gris con pequeños adornos negros en los laterales.


            —Buenas noches, es una cajita de muertos, tómela, no hace nada. —La señora del mostrador se incorporó, era más alta de lo que aparentaba, dejó caer las cobijas y Oscar se atemorizó más por la persona que por lo que vendía. Se veía muy robusta.


            »Se jala de esta cuerda y sale la Calaquita. —La vendedora tomó una he hizo la muestra, el pequeño esqueleto de su interior se enderezó lo suficiente para asomar la cabeza y los hombros.


            »Es un juguete artesanal, sirve más como decoración, pues es muy endeble.


Oscar sabía del tema, antes las palabras variaban dependiendo del país, aunque fueran del mismo dialecto o idioma. Las calaquitas, o calacas como usualmente se reconocían, pertenecían especialmente al léxico de México. Empezaba a sospechar que el videojuego estaba inspirado en este antiguo país, pues la palabra Maya, también trataba de pobladores aún más viejos que el tiempo en el que estaban.


            —¿Puedo probarlo? —Adriana tomó uno, le cedió el peluche del topo colmilludo a Oscar por unos momentos—. Es muy simpática, ¿tiene más variedades de estas artesanías?


            —Por supuesto que sí, hija, mire. —Dejó la caja muestra en su lugar y señaló otras estanterías en las paredes, había muchos objetos muy variados, no solo eran animales que aparentaban tener lesiones, también había mucha simbología de huesos humanos muy decorados.


            »Aquí hay tazas, calaveritas profesionistas, dulces, imanes, llaveros, peluches y todo lo que quieran.


            Oscar estaba fascinado con todo esto, no solo le encantaban las costumbres antiguas, sino que las tradiciones sociales eran de sus temas favoritos. Aquí podía ver una mezcla de varios folclores, lo que se notaba era una celebridad de día de brujas en los países sajones combinada con el día de muertos del país ambientado. Eso empezó a ocurrir en la era de la globalización, fue una de las secuelas de la comunicación mundial, la fusión de las culturas e ideas. Las personas apenas comenzaban a estar unidas y ya no se encontraban tan aisladas como antes del mundo virtual. Se sentía como un artista que había viajado al pasado y veía las primeras pinturas rupestres, símbolo de la comunicación escrita en los inicios de la humanidad, todo un hito en la evolución. Lo mismo era aquí, un hecho trascendental en la modificación de la especie. Algo hermoso que percibía en el simple puesto de artículos de terror para toda la familia.


            —¿Qué son las calaveritas profesionistas? —Estaba muy interesada Adriana, lo mostraba más que Oscar.


            —Son pequeñas figuritas decorativas. —Se estiró un poco y alcanzó fácilmente una de esas curiosidades. Con el tamaño de la señora, podía llegar fácilmente a cualquier rincón de su puesto.


            »Aquí tenemos un dentista. —Era un pequeño esqueleto con una bata blanca sobrepuesta, se notaba que se había hecho manualmente, no podían distinguir de qué estaba fabricado, parecía una especie de pasta que se secaba rápidamente—. También hay un maestro. —Guardó al dentista en una mano y con la otra tomó tres figuritas más—. Un abogado y un zapatero. —Acomodó todas las piececillas en un espacio libre, en orden en que las había mencionado.


            »Hay muchas más, todas de una profesión distinta, y hechas con las manos, por lo que son únicas e irrepetibles, no encontrarán dos idénticas. —Tomó una quinta, al parecer era un médico, se parecía mucho al dentista, solo que el paciente se encontraba en una posición distinta. La colocó junto la primera figurilla.


            —¡Son tan hermosas!, ¿usted las hizo? —Adriana la vio directo a los ojos, tenía un brillo especial en la mirada.


            —Así es, hija, mi familia es comerciante y nos dedicamos al arte. Algunos de nuestros productos los compramos y los vendemos aquí, como las tazas… pero estos pequeños —movió la mano sobre las seis figuritas acomodadas en la repisa— son nuestras creaciones, también los muertitos en su caja. —Los primeros artículos que habían visto.


            Que buen detalle de los creadores del juego, metieron una gran cantidad de datos en las personas, no son solo simulaciones de gente, sino que tienen su propia historia individual, contexto y otros detalles muy importantes. Eso le daba todavía más realismo a este tiempo.


            Oscar recordaba la supuesta inteligencia artificial del año dos mil, sumamente burda, pero era tan novedosa que a todo le querían decir que era inteligente, si una de esas personas estuviera en el año 4073, ni siquiera ella misma se podría considerar lista.


            Los celulares, los dispositivos, los programas y prácticamente cualquier sistema digital era llamado inteligente y no hacían más que comunicar con muchas deficiencias a casi toda la humanidad. Por algo se tenía que empezar.


            La inteligencia artificial de uno solo de estos mercaderes es mucho más avanzada que el mejor videojuego creado hasta antes del año 2200, sin embargo, todavía estaban muy lejos de crear una personalidad completa. Los expertos todavía contemplaban que habían alcanzado solo el 27% de una fiel mentalidad artificial. Y creer que a inicios de los años dos mil todavía creían que una identidad completa era algo conseguible en un futuro próximo. Todavía los sapiens sapiens no lograban comprender la importancia de la diversificación de realidad, menos aceptar que esto era algo adecuado si se empleaba a favor de la civilización.


            —¿No tiene una pintora? —La pregunta de Adriana cortó la inspiración que tenía Oscar—. Son muy hermosas todas sus creaciones. ¡Muchas felicidades! Realmente es algo bello lo que hacen. ¿Esto es metal reciclado? —Tomó al dentista y lo inspeccionó, el aparato que tenía en la mano era una pieza de metal, parecía que perteneció en algún momento a otro mecanismo electrónico.


            —Gracias a ustedes, nos motivan a seguir con nuestras obras creativas. Eso era una pieza de una licuadora, ahora es un utensilio del dentista, es como un taladro. —De atrás de las figuras de donde habían salido las originales, sacó una un poco más pequeña, era una pintora con un espejo en lugar de lienzo.


            »Esta la hizo mi hija, tiene catorce años y quiere ser una escultora. —Adriana la tomó. Todavía más tramas profundas en las personas, eso es espectacular—. Le puso un espejo porque dice que el mejor cuadro que uno puede pintar es uno mismo. —Con esta frase, Adriana se decidió a llevarse esa pequeña obra de arte.


            —¡Que hermosa frase! ¿Tiene catorce años tu niña? Es muy inteligente, dile que muchas gracias, ella puede lograr lo que se proponga. Yo soy pintora y escultora, puedo enseñarle si ella quiere, puedes decirle, me gustaría que lograra sus sueños.


            —Muchas gracias, claro que sí, yo le diré. Estará muy feliz que una cliente está contenta con su obra de arte. ¿Cómo se llama?, para que mi hija sepa por quién preguntar.


            —Soy Adriana. —Se estiró y se dieron las manos, Oscar hizo lo mismo, ya no le daba miedo aquella señora alta, era más un Virtus disfrazada de persona que una posible amenaza—. Estoy en el hotel, habitación 512… oh, espere. —Regresó al juego de los topos, Alberto ya llevaba dos juegos más y estaba en mitad del tercero. Adriana esperó a que terminara de jugar, vieron el espectáculo del topo de garras gigantes. Luego regresó con él al puesto de la señora de gran tamaño.


            »Él es Alberto, tiene un celular que funciona, le podemos pasar su número para comunicarnos en el futuro… el mío todavía no sé usarlo. —Estaba hablando ya con Oscar y Alberto—. Creo que se quedó en los carritos.


            —Buenas noches, yo soy Alberto. —Se saludaron de mano—. ¿Cómo se llama usted? —Como le gusta saber el nombre de todas las personas.


            —Soy Ana, mucho gusto. —Le contó a Alberto lo que había sucedido con pocos detalles y le explicó lo de su hija y el espejo. Antes de que él respondiera, parecía que adivinó su próxima pregunta—. Mi hija se llama Carolina, es una joven muy buena.


            —Que nombre tan bonito para una artista. —Se apresuró a responder Adriana.


            —¿No tienen arquitectos o conductores... o recepcionistas de hotel? —Alberto estaba interesado en los huesitos profesionistas.


            —Claro que sí, joven. —¿Por qué a todos los llaman jóvenes?, Alberto se ve de una edad madura, es cierto que la señora Ana se ve mayor, pero no por eso Alberto es un joven.


            Le mostró uno vestido de amarillo y con un casco redondeado del mismo color, en sus huesudas manos había una placa de metal con garabatos pintados. Luego acomodó otro sentado en el asiento de un auto que se notaba mucho más incómodo del que había viajado Oscar, este estaba hecho totalmente de metal, con varias piezas pegadas; la cabeza de la calavera tenía un sombrero de color azul. Finalmente estaba un esqueleto sentado atrás de un escritorio que tenía un teléfono abstracto en un costado. ¿No era eso un secretario, o era el recepcionista?


            —Son todas unas obras de arte, Ana, yo quiero este. —Tomó el conductor.


            »Me recuerda a nuestro primer encuentro, amigo mío. —Le sonrió con una pizca de nostalgia a Oscar.


            »¿Ustedes que van a llevar?, yo no soy adepto de los peluches, aunque le gané a ese topo muchas veces. —Pero si el topo había masacrado la ciudad. ¿No era él quién había ganado?—. No quería los premios. Te regalo el topo colmilludo Adriana.


            —¡Muchas gracias, Alberto!… Yo quiero también a la pequeña Caroline. —Adriana traía consigo la figurita que le había encantado, después de sonreírle felizmente a Ana, se veía a sí misma como una pintura creada por la artista juvenil en el espejo de su calaverita. Oscar sabía que le había cambiado la última letra por respeto y honor a Carolina, la pequeña escultora.


            —¿Y tú Oscar?, ¿qué te atrae? —Alberto quería llevar algo para todos, aunque Adriana ya tenía un peluche y ahora esta pequeña decoración artesanal.


            —Yo quiero seguir viendo, hay muchísimas cosas que venden. —Oscar prefería recorrer los demás puestos antes de decidirse por algo, no era muy adepto a tener varios artículos.


            —¿Entonces serán las dos calaveritas profesionistas? —dijo amablemente Ana. Se notaba muy feliz con el nombre que le había puesto Adriana a la figurita que se llevaba.


            —Por el momento sí. —Le dio la tarjeta, Ana la pasó por una maquinita parecida a la del supermercado y se la regresó con un comprobante de compra.