Cementerio histórico.

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Estaba de visita en el panteón familiar, no sabía que ahí descansaban muchos de sus parientes, en realidad pudo haber pasado toda la vida sin saberlo, pero por distintas circunstancias, ahora se encontraba rindiéndoles tributo. Tan solo quería saber en donde reposaban y quienes eran. Hace muchos años su mamá le había dicho que sus abuelos habían sido sepultados en el cementerio que ahora pisaba.


            Ya que se hallaba en aquella ciudad y por esos rumbos, decidió pasar a echar un vistazo. Contaba con unos asuntos por hacer, pero era dentro de dos horas, así que algo tenía que realizar para pasar el tiempo.


            Entró sin saber a dónde dirigirse. No llevaba prisa, así que caminaba entre las lápidas leyendo los epitafios que contenían los nombres de los desafortunados que ya no estaban entre la población. Eran nombres viejos, aquellos que cayeron de la moda de hoy en día, las fechas de fallecimiento y nacimiento lo confirmaban. Seguro era un muy arcaico cementerio que ya no podía albergar más almas. Le parecía algo triste que no cupieran más personas, como si abandonaran a las generaciones pasadas e hicieran una brecha notoria con los nuevos integrantes del otro mundo.


            Se veía rústico el sitio, sin muchos cuidados. Demasiado polvo levantándose con el viento, si no fuera por eso, habría podido decir que el tiempo no transcurría, pues parecía ser el único que se movía en ese lugar. No veía a nadie más, solo estaban los difuntos y sus tapias inamovibles.


            Al doblar en un pasillo se encontró con un muro a lo lejos, le llamó la atención que había algo distinto al blanco particular de la pintura del cementerio, una especie de hueco en la pared que parecía dar hacia la calle, similar a una ventana. Después de la primera impresión, notó que no se trataba de un relieve, sino una simple imagen que habían puesto, acaso en la muralla o en un cuadro empotrado e incluso puede que suspendido.


            Se acercó para ver mejor aquello, era un marco con una ilustración en su interior. Cuando se encontró lo suficientemente próximo, pudo percibir que era una pintura artística incrustada en el cercado claro. Debajo estaba una lápida en horizontal, justo del largo del cuadro. La tumba contenía una inscripción distinta a la de los demás, pues, además de representar las respectivas señas del difunto, guardaba una leyenda que describía el significado del recuadro:


            «Entre los tulipanes te encuentras, frescos al calor del desierto, siempre floreciendo en los rayos dorados que se coordinan con tu aura amarilla, notoriamente firme ante las adversidades».


            La obra observada mostraba una especie de yermo con unas flores rubias muy bonitas, parecían coloreadas al óleo. Justo debajo de aquel mensaje estaba inscrita una firma de la artista, correspondiendo con la misma persona que ahí estaba enterrada. El nombre no le era conocido, pero se le hizo un buen detalle que hubieran puesto uno de sus trabajos en el mismo lugar en el que descansaba. Solo que no era la única, había más como ella. Esa esquina en particular se hallaba rodeada de arte sujeto a las paredes, al menos podía encontrar cinco cuadros con sus respectivos autores difuntos.


            Caminó hacia la siguiente lápida, el marco mostraba un paisaje de lo más hermoso. Se le hizo conocido, creyó haberlo visto en otro momento. Mientras lo analizaba, se dio cuenta de que era una obra vieja que había mirado en su infancia. Se trataba de unos montes marrones y lejanos que contenían un lago cayendo hacia el espectador, creando un segundo piso acuoso que ocupaba toda la base; el fondo azul con pocas nubes. Leyó el mensaje inscrito en una pequeña placa debajo de la obra:


            «Paisajes de una Canadá imaginaria, con leves toques de nieve que se pierden y confunden en el horizonte, mostrando los detalles más pequeños mezclándose con el correr continuo del agua en una majestuosa cascada llena de vitalidad».


            Cuando vio la firma, no creía que fuera cierto, se trataba de su abuela. Algo insólito, no tenía la más mínima idea de que ese cuadro que había visto en su niñez estuviera ahí con una leyenda y un aparente significado. Frente a él se encontraba la tumba de su familiar, se agachó para observar el epitafio. En efecto, era ella quien yacía en ese lugar.


            Volteó hacia los alrededores buscando a algún trabajador, quería tener informes sobre ese suceso, pues sus parientes no le habían contado que ella tenía un cuadro ahí colgado y exhibido junto a su sepulcro como si fuera una especie de museo.


            No había nadie.


            Después de inspeccionar un rato aquel extraño y sorprendente hecho, se dirigió hacia la siguiente lápida horizontal con un recuadro. Estaba en una esquina, la tumba de su familiar quedaba atrás de él. Se mostraba el retrato de un señor delgado, no tuvo que ver más detalles, de inmediato supo que la figura era de su abuelo, el esposo de la artista que acababa de visitar. De por sí se trataba de algo extraordinario encontrarse con un cuadro colgado en un panteón, fue algo todavía más increíble que resultaran dos las obras de sus parientes las que ahí se exhibían, una junto a la otra, en el vértice del cementerio. No sabía que él pintaba.


            «Hijo mío, dichoso siempre serás con un alma que trascenderá está vida y nos permitirá volvernos a encontrar».


            Si hablaba de un descendiente y esa figura era del papá de su mamá, entonces debía de ser… En efecto, cuando leyó aquella firma descubrió que se trataba de su bisabuela.


            Estaba atónito. Tardó en voltear para abajo y leer las particularidades del difunto, era de su abuelo, no de la madre de él. Así que ahí estaban sus dos parientes. ¿Por qué no le comentaron que había cuadros expuestos de ellos? No eran los únicos, el primero que revisó era de una desconocida, pero ahí no acababa. Siguió al que estaba a su derecha, dejando atrás a su par de familiares. Otro paisaje, un campo verde inclinado con unos nubarrones que parecían correr descendientemente como si la gravedad los hiciera caer por la pendiente, una especie de sitio tranquilizador.


            «La vida puede acarrear más de lo que observamos, el pasado siempre nos seguirá, aunque se encuentre distante, nos acompañará».


            Le gustó la frase. El nombre que estaba inscrito tenía uno de los apellidos de su abuelo, así que debían de ser cercanos, solo que no lo reconocía. Era una mujer la que ahí descansaba, había fallecido mucho tiempo antes que los dos artistas anteriores.


            Iba a seguir inspeccionando las demás obras cuando vio que una señora salía de una caseta a unos metros de distancia de él. Ella comenzó su andar hacia esa esquina. Pensó en aprovechar la ocasión para preguntar por esas enigmáticas formas de conmemorar a los muertos.


            —Buenas tardes —comenzó la trabajadora.


            —Buenas tardes. Disculpa, estaba viendo y resulta que son mis abuelos los que aquí descansan.


            —¿Cómo te llamas joven? —Él le dijo su nombre completo.


            »Fantástico. —Lo saludó de mano—. ¿Así que eres su descendiente? Tenemos mucho de qué hablar, ¿me puedes acompañar a mi oficina?


            Mientras caminaban hacia la pequeña caseta, seguía divisando los cuadros que ahí se exhibían. Al principio solo había visto cinco en aquella pequeña esquina, pero eran muchos más, albergaban casi todo el largo de la pared, al menos llegaban a ser veinte en ese costado.


            —Tenemos toda una colección. Resulta ser que tu familia es la que más ha proporcionado sus obras, tienes unos parientes muy artísticos, ¿lo sabías? —explicó la señora mientras andaban entre las lápidas.


            —Sí, sabía que ellos pintaban, pero no que sus cuadros se exhibían en el cementerio. —Iba mirando los trabajos expuestos.


            —Comenzamos hace un par de años, desafortunadamente no pudimos contactar con tus parientes.


            —¿Cómo consiguieron los cuadros? —Algo no le cuadraba.


            —Hay muchos más artículos con los que contamos que solo las pinturas. Se trata de un programa que hemos desarrollado conjunto con diversas agencias que se enfocan en la cultura y las artes de la sociedad.


            —¿Algo así como los programas arqueológicos que cuidan las pirámides? —dijo sin pensar mucho en aquella analogía.


            —Sí, es similar.


            Entraron a la pequeña alcoba. Había un escritorio con muchos papeles que parecían desordenados, algunas cajas a los lados con una gran cantidad de artículos viejos, todas unas antigüedades.


            —Toma asiento. Verás, tenemos un grupo de objetos personales que se nos mezclaron por error, no hemos podido determinar a quienes correspondían con fidelidad. ¿Nos puedes ayudar a reconocer los que pertenecen a tus ancestros? —Señalaba algunos objetos que eran difíciles de descifrar.


            Fue a ver los diversos apartados. Contaban con muñecas vetustas, utensilios de cocina de barro muy sucios, algunos papeles y escritos con letra garigoleada que no entendía del todo, mucha ropa gastada de una moda anticuada. Revisó otra de las cajas, era más de lo mismo, nada que pudiera reconocer como de sus parientes. Cuando iba a continuar con el siguiente lote, descubrió un tablero con detalles curveados en las patas, se trataba de aquella que usaba su abuelo para merendar.


            —Está mesa era de mi tatarabuelo, él se la dejó a mi bisabuela y de ahí pasó a mi abuelo —mencionó con ánimos, creyó que no la volvería a ver.


            —Genial, ¿cómo se llamaba tu pariente? —Quería detallar aquello y administrar los recursos.


            —No estoy del todo seguro, pero reconozco el mueble y sé de qué línea de mis ancestros deriva.


            —Muchas gracias. —Hizo una nota pequeña que colocó sobre la antigüedad—. Pensamos abrir un pequeño recinto donde poder exponer los tesoros en vida de los que aquí descansan.


            —¿Cómo un museo?


            —Exacto. Así tendremos fondos para mantener el panteón y darles un mejor mantenimiento a las tumbas.


            Después de un rato de meditar mientras ella escribía algo en unos papeles, dijo:


            —Es como si les volvieran a dar vida a la memoria de los difuntos.


            —¡Eso es justo lo que buscamos! Que no sea solo un sitio de descanso, sino de trascendencia. Exponiendo sus obras y su vida, se le dará un espacio a su memoria, para que los que seguimos aquí los llevemos en nuestras mentes. —Se mostraba entusiasmada.


            —Eso es muy lindo.


            —En efecto. La mayoría de los panteones son sitios donde los cuerpos son abandonados y no se visitan hasta que es día de muertos o hay un nuevo entierro. Pensamos cambiar ese paradigma y crear un sitio de interés para conocer la vida y obras de los que aquí residen, como un segundo hogar.


            —¿Sería para todos?


            —Pensamos en expandirnos a más ámbitos, por el momento solo estamos exponiendo los cuadros de algunos grandes artistas, como tu familia, por ejemplo. Acompáñame, para que las veas. —Hizo una breve pausa—. ¿Ya te había comentado que son quienes más cuadros tienen? —Él asintió con la cabeza.


            Salieron en dirección a sus abuelos.


            —Estos de aquí son parientes muy lejanos tuyos, son primas de tu bisabuela y otras ramas de la familia que deriva de ahí. —Señalaba felizmente las lápidas, no parecía un sitio lúgubre con cadáveres, sino un lugar donde la memoria permanecía.


            —No las conocía.


            —Hay mucho de la familia que desconocemos, es una forma de redescubrirlos en otros tiempos. Es emocionante, ¿no crees? —Sus palabras expresaban entusiasmo genuino.


            —Ya lo creo. —Estaba indeciso en que pensar.


            —Obviamente ustedes contarán con una comisión, pues son los restos de sus parientes y son sus pertenencias más personales las que aquí se exponen.


            —¿Eso significa que me pagarán una porción de las ganancias? —No quería sonar capitalista e insensible en un lugar de culto a los difuntos.


            —Es correcto, una forma de retribución conmemorativa por parte de sus familiares. —Su voz sonaba seria, al parecer trataba de convencer al ajeno para que les permitiera seguir con su proyecto.


            —Hablando de ellos. ¿Firmaron algún contrato o algo para poder exhibir las obras de los parientes? —A pesar de todo, seguía con el tema indecoroso sin desearlo.


            —No, fueron recuperados y donados con algunos movimientos de estos grupos de cultura, arte y sociedad que busca fundamentar la memoria del pasado. —Repitió las palabras usuales que empleaba para formalizar los trámites.


            —¿Así fue como… llegaron los cuerpos de mis parientes? —comenzó su duda, pero se arrepintió a la mitad, dejando un espacio para después continuarla.


            —De algunos sí, vinieron de otros panteones y fueron depositados aquí para que estén con sus obras. Los maestros exponiendo su arte y su vida después de ella.


            —Es algo curioso, un nuevo modelo de museo. —Indeciso con el tema a tratar.


            —Nosotros lo llamamos cementerio histórico. Donde representamos no solo a las personas, sino a sus memorias y estilos de vida para que trasciendan después de sus tiempos, cuando ya estén descansando. —Ese era el nombre del proyecto, al menos, del comercial.


            Continuó viendo las demás obras de aquellos fallecidos, todas contaban con leyendas y signos que revelaban la identidad del autor. Se iba preguntando si aquellas remembranzas pertenecían a ellos o si habían sido ideadas por los que luchaban por crear este nuevo propósito, los impulsores de una tradición en el panteón y de la imposición a permitir dejándolo como un sitio arrumbado por la mano de la humanidad.


            Un museo de historia en un panteón donde los artistas están presentes para exponer sus vidas en formas de cuadros exquisitos. Una buena manera para honrar sus memorias y de volverlos a conocer.





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