Las cajas.

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No podría decir con exactitud de que se trataba, la persona andaba por el almacén de carga y descarga del puerto marítimo. Aquellos objetos serían llevados por mastodontes a través del atlántico y llegarían a otro continente.


            Su labor era revisar y evitar accidentes, comprobar que todo esté funcionando a la perfección. Eso incluía a los trabajadores, maquinarias, procesos y, evidentemente, esas cajas que estaban a punto de zarpar.


            La mayoría de las veces sabía lo que se llevaba en los cargamentos, aquellos robustos rectángulos metálicos que suelen ser reconocidos como vagones de tren cuando la vía es terrestre. Generalmente se trataba de enseres básicos como víveres enlatados, otras ocasiones, eran piezas que parecían no tener sentido hasta que se ensamblaban en un bello vehículo. Podía jurar que una vez le tocaron peluches, aunque no estaba del todo seguro, apostaría a que sí.


            Esa noche ya no quedaba mucho tiempo, tenía que salir la carga inmediatamente, se acercaba una tormenta por el norte y, si duraban media hora más, tendrían que esperar dos días en poder comenzar nuevamente, lo que equivaldría a mucho dinero perdido.


            Todo parecía en orden. La gente, incluyéndolo, corría por todos lados, gritando indicaciones y luchando contra el tiempo.


            Cuando casi se completaba la faena, le dio un vistazo a lo último que estaban subiendo antes de salir a bordo. Unas cajas de madera, similares a ataúdes, ¿qué contenían? Abrió su bitácora al tiempo que la máquina levantaba aquellas cosas incógnitas. No encontraba indicios de lo que eran, parecía que alguien las hubiera puesto ahí de último momento y estuviera esperando que, con todo el ajetreo inusual, no se dieran cuenta de lo que subían a la embarcación.


            Se giró en torno de sí, pero no había nadie a su lado para poder preguntar. Pensó en gritarle al conductor de la grúa, pero, con tanto ruido no podría escucharlo. Además, el tiempo apremiaba y la tormenta los correteaba.


            Fuera lo que llevaran esas cajas, que se vayan con bien. Esperaba no haber cometido una equivocación.


            Creyó percibir un olor pútrido. ¿Llevaría cuerpos humanos?, ¿acaso sería…? No, eso no podría ser. Se sintió afortunado de no estar en Inglaterra o Transilvania.


            Quisa eran cajas oblongas, como las de… No, para nada.


            Vio alejarse el barco, con aquellos objetos bien ocultos entre el conjunto de cargamento. No pudo sacarse de la cabeza el posible contenido de las arcas. Nunca, en todos sus años de servicio, habían llevado algo de ese género.


            Se alejó al tiempo que la tormenta tocaba el puerto y comenzaba una llovizna que duraría días. Iba pensando: tal vez, muy probablemente, algún día yo vaya en una de esas, cuando… ya no pueda ser necesario o cuando no pertenezca a este mundo…





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