Tormenta eléctrica.

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Un fenómeno único, nunca había sabido de una situación similar. Tal vez ocurría una vez en miles de años, o quizá solo le daba la impresión de que un conjunto de sucesos atmosféricos se habían juntado para dar la ilusión de que era algo sin precedentes en la historia.


            Estaba oscureciendo, aunque el sol hacía ver el cielo de una manera distinta, como si quisiera anunciar un hecho apocalíptico. El astro se perdía en la inmensidad del horizonte, sin embargo, su luz continuaba llenando la vista, parecido a aquellas luminarias artificiales en un concierto que sirven de rastreadores geográficos.


            Las noticias presagiaban algo extraordinario, no se había previsto en ningún sentido la situación. Al parecer algo estaba cambiando a varios kilómetros de altura, en los límites de la tierra, donde se une con el espacio. Aquello producía hechos terroríficos.


            La penumbra se cernía en los alrededores, mezclándose con la luz y las nubes, como si estuvieran pintando una serie de trazos en el cielo y luego recapacitaran, manchando de negro el boceto, sin llegar a sofocar los colores diurnos. No podía explicarlo, le parecía algo tan innatural y bello al mismo tiempo. Se sentía capaz de pasar toda la noche, tarde o lo que fuera aquel momento, viendo el espacio y disfrutando del espectáculo que variaba rápidamente.


            Se oyeron estruendos a lo lejos. La gente ponía las radios a todo volumen, al igual que la televisión, así que era imposible no enterarse de lo que estaban comunicando. Se trataba de un hecho sin antecedentes en la humanidad, solamente ocurriendo en esa gran ciudad. Dentro de las dudas que surgían de los medios de telecomunicación se percibían las siguientes preguntas: ¿Se trataba de la contaminación? ¿Era un hecho natural? ¿Lo habían producido las energías eléctricas que se dirigían constantemente a la atmosfera y desestabilizaron la capa magnética de esa zona? ¿Acaso eran alienígenas ingresando a la tierra? ¿Una ruptura de la realidad? ¿Un agujero dimensional por donde ingresarían seres majestuosos? O peor aún, ¿el apocalipsis?


            La gente corría, no había explicaciones claras del suceso.


            La oscuridad se volvió impresionante, no se veía el destello de la luna y ya ni siquiera se notaban los residuos del sol. La única luminaria derivaba de las nubes que parecían tener su propio brillo mágico, con una especie de toques dorados, rojos y azules mezclados con negro. No era algo nítido, como si las condensaciones no se pusieran de acuerdo, impidiendo tener una forma definida, fusionándose entre ellas para crear un cielo de fantasía. Todo ocurría muy rápidamente.


            Su día había sido de lo más normal. Terminaba de trabajar y se dirigía a su casa cuando notó que el cielo comenzaba a llenarse de nubarrones. Sin duda, se acercaba una tormenta. Después las nubes se aproximaron peligrosamente a la superficie, con los rayos del sol, parecía que eran ovejas doradas queriendo tocar la ciudad. De un momento a otro, se escucharon por todas partes las noticias: «se aproxima una tormenta sin precedentes, solicitamos salir de la ciudad inmediatamente, tengan cuidado, esas nubes no han sido vistas jamás, es un hecho impresionante, magnífico y peligroso; no se presagia nada bueno, se esperan lluvias muy fuertes, inundaciones y rayos, puede haber fallas eléctricas graves; es el fin de una era, algo está ocurriendo, hicieron enojar a los dioses, no hay futuro esperanzador; es la última noche del mundo, comenzará el final de la humanidad por esta ciudad». Todo eso se mezclaba en los canales de comunicación, no se ponían de acuerdo con la información proporcionada.


            Las sirenas resonaban por todas partes, los autos creaban accidentes y la gente corría desesperada. Había gritos en los alrededores, parecía el final de algo, una especie de desastre a un nivel lo suficientemente grande como para destruir una ciudad de millones de habitantes.


            Comenzó la lluvia, se notaba más fría y fina de lo normal, muy distinta. Él caminaba sin saber a dónde ir, lo tenía hipnotizado el espectáculo en el cielo. Si era el fin, al menos disfrutaría de aquella obra de arte majestuosa y mortal que se cernía sobre su querida metrópoli.


            A lo lejos percibió que un grupo de infantes eran trasladados rápidamente a un rascacielos. Reconocía ese edificio, en uno de los departamentos vivía su amigo, tal vez podría pasar sus últimos momentos con él antes de que las nubes engulleran todo lo que conocía, disolviéndolo con lluvias torrenciales y con una electricidad colapsando y esbozando colores imposibles e irreales en el cielo.


            Caminó hasta la entrada como pudo, a pesar de que muchos corrían despavoridos, empujándose como animales perseguidos por una presa. Él no le veía sentido, era joven, es cierto, pero no quería sufrir en los que podrían ser los minutos finales. Si se trataba de algo desconocido y que se iba a expandir por todo el mundo, como lo decían los canales más extremistas de radio, no le veía razón huir.


            No le permitieron ingresar, estaban unas militares impidiendo la entrada a todos los que fueran mayores de edad, eso incluía a los padres de los pequeños. Eran muchísimos los infantes, casi todos los que pasaban al edificio eran niñas, ellas tenían más privilegio.


            Se quedó afuera, escuchando gritos autoritarios, lamentos desgarradores de padres y llantos de pequeños. En fin, gente fuera de sí peleando y gritando, todo un espectáculo digno de ver.


            El cielo se acercaba cada vez más. Las nubes seguían bajando, parecía que querían llegar con las personas, iluminando con destellos de hermosos tonos azules, rojos, dorados y negros. Era algo tan único como lo que ocurría con todas esas almas destrozadas por la naturaleza.


            Recordó una entrada secreta que solía usar su amigo cuando deseaba salir y entrar sin dar explicaciones, generalmente la empleaba estando ebrio o para ingresar bebidas y material estupefaciente. Se dirigió al lateral del edificio, casi no había gente en esos lados, todos se aglomeraban en el frente, luchando por sobrevivir, o por lo menos su descendencia más pequeña.


            Se trataba del lugar por donde sacaban las sábanas de la lavandería para llevarlas a otro lado, algunas veces servía de tiradero de basura o, como su amigo decía, era un túnel metálico estupendo para los gatos. Aplicando la misma técnica que su colega, apoyó las manos en el codo del ducto de escape, a pesar de la lluvia, podía sostenerse lo suficiente como para no resbalarse; dio un fuerte brinco, pegándose en la cabeza y doblándose para curvear su cuerpo conforme al tubo. Por fuera se veían sus pies colgando y esforzándose por meter un cuerpo torpe. Una maravilla que aquel compañero gordo y ebrio pudiera hacerlo con tanta facilidad. Agradecía que le hubiera enseñado ese sitio.


            Cayó pesadamente en el piso oscuro de la lavandería, ¿o era la cocina?, no estaba seguro. Anduvo silenciosamente y salió por la única puerta, afortunadamente estaba abierta. Fuera podía ver al grupo de niñas caminando con tristeza hacia las escaleras para empezar su ascenso, era algo muy deprimente. Las militares cuidaban el orden, exigiendo que no se detuvieran y guardaran silencio, incluso había quienes levantaban a las más pequeñas y se las llevaban.


            Obviamente no iba a poder pasar por ahí fácilmente, el departamento de su amigo se trataba del superior. ¿Por qué tan arriba?, jurisdicción del dinero, suponía. Tenía que ascender más de quince pisos, sin usar el elevador que estaba bien custodiado por las del ejército. ¿Cómo rodear a todas esas infantas?, había uno que otro varón, pero eran una reducida minoría, la duda seguía: ¿qué hacer?


            Una de las militares le gritó, comenzó a andar rápidamente hacia él. Estaba perdido, no quería salvarse como la mayoría, solo pasar sus últimos momentos con su amigo que estaba arriba del todo. No le quitaría el lugar a nadie ni pasaría sobre los derechos de las supervivientes, ¿tan difícil era aceptarlo? Seguramente aquella mujer uniformada no le haría el menor caso. Se aterró al ver que sacaba un arma y se preparaba para dispararle, no veía la menor duda de que quería asesinarlo, lo notaba en su mirada enfurecida.


            Justo antes de creerse muerto, la electricidad se perdió, la lluvia había aumentado y los truenos venían con ella, creando un corto que apagó la luces.


            Corrió sin siquiera pensarlo, quedando ensordecido por el disparo de la militar. Si hubiera esperado un segundo más, estaría tendido sin vida a la entrada de la lavandería, cocina o lo que fuera aquel sitio.


            Empujó a las niñas que lo veían con un odio que jamás había percibido en una persona. La escaza luz de los destellos de los rayos le permitía no caer entre todo el tumulto. Las militares insultaban y gritaban, no se atrevían a disparar ahora que estaba rodeado de inocentes, aunque él también se consideraba a sí mismo como uno de ellos; seguían luchando por llegar a él. En aquel mar de chiquillas, algunas lo sujetaban y le gritaban, seguramente también lo denigraban con sus palabras.


            Afortunadamente era más fuerte, tuvo que pasar sobre las cabezas de varias porque no le permitían el acceso de otra manera. Se sentía culpable, pero se tranquilizaba diciendo que no se estaba aprovechando, ya que ellas continuaban con su lugar. Sus intenciones las consideraba totalmente ajenas, si tan solo lo pudieran entender.


            Cuando llegó al primer piso, se alegró de haber estado antes en ese lugar y de conocerlo a la perfección. Qué bueno que a veces subía las escaleras y no era el típico perezoso que usaba el elevador como único medio para llegar.


            Las militares ingresaban y acomodaban a las menores en una sala de conferencias enorme. Sin saberlo, logró salir airoso de ese tumulto humano, no sin antes ser percibido por la autoridad. Para su fortuna, las militares tenían que estar resguardando la zona para que no se perdieran las niñas. Vio que sacaban una radio de mano y gritaban furiosamente mientras lo miraban directamente a los ojos, como si fueran dos láseres queriéndolo asesinar.


            Con la energía de la adrenalina subió escaleras a toda velocidad. Estaba a oscuras, de vez en cuando tropezaba y chocaba. Para su sorpresa, los pasillos se encontraban vacíos. Iba preguntándose si los que vivían ahí se hallaban en sus departamentos o si habían salido corriendo como la mayoría de gente, probablemente todavía estuvieran resguardados dentro de sus hogares, si no, ¿por qué el edificio era un punto de reunión de un grupo de infantes y militares? Sabía que se trataba de los más grandes, pero ¿era seguro? Parecía que sí. Al menos tenía el suficiente espacio como para resguardar a una enorme multitud.


            Podía oír el alboroto del primer piso, muchos gritos, gente corriendo y llorando. Probablemente irían a buscarlo y a continuar con su misión homicida.


            Ya no podía seguir con la misma velocidad. Usaba sus manos para orientarse en esos espacios donde casi no penetraba la luz surreal de las nubes multicolores.


            Escuchaba el rugir de la tormenta azotando con furia su ciudad. Cada vez mayor el estruendo de los rayos, había perdido el ruido de los civiles que estaban varios pisos abajo.


            Se detuvo a descansar en uno de los pisos, su cuerpo ya no aguantaba, la adrenalina lo estaba comenzando a abandonar. Se aproximó a una ventana y pudo notar que las nubes caían sobre el edificio, a pesar de no encontrarse sobre él directamente. La lluvia chocaba reciamente en todas partes, solo que la tormenta se mostraba tan oscura que no permitía verla, solo escucharla. Sentía que lo peor eran los nubarrones con los colores de la muerte, ¿quién imaginaría que los tonos del fin serían azules, rojos, dorados y negros?


            Tenía una profunda pena por todos los padres que se habían quedado afuera, esperaba que las militares recapacitaran y los dejaran entrar, aunque lo dudaba. Solo estaban recibiendo órdenes y poniendo en riesgo su vida para proteger a la mayoría, a pesar de que casi lo asesinaban, ¿eso también era obligación de ellas?


            Más calmado en el cuerpo, pero no en la mente, siguió su cometido. Si lo estaban siguiendo, seguro estaban muy lejos. Lo dudaba, ya lo hubieran alcanzado, tal vez lo dejaron como un caso aislado y sin importancia, pasando de él. Si no era por una militar, su fin llegaría con su amigo, así que, a continuar con la misión.


            Llegó hasta el último piso, casi al momento, regresó la electricidad. Parecía ayuda del destino, a pesar de que la luz bailoteaba arrítmicamente amenazando con volver a irse, le permitía ver lo suficiente.


            Tocó la puerta, dentro estaba silencioso, ¿sí estaría? Probablemente hizo todo eso por nada. Gritó y golpeó con fuerza la entrada. Se escucharon unos pasos y una voz al otro lado, a pesar del ruido de la tormenta, alguien lo había oído. Le abrieron, era su amigo que estaba mojado.


            —¡Hola! ¿Qué haces aquí?, que alegría verte, creí que estarías en tu casa o saliendo de la ciudad, es lo que casi todos hacen. —Saludó efusivamente al recién llegado.


            —Andaba por el rumbo y quise pasar a saludar.


            Se abrazaron mientras sonreían, ambos entendían el chiste interno.


            —El mundo se ha vuelto loco, por poco me matan las militares —continuó diciendo el invitado mientras entraban al departamento.


            —Cuando todo comenzó, ellas llegaron rápidamente, tocando en todos los departamentos y desalojando a la gente quesque por motivos de seguridad. Yo no abrí, creí que ingresarían a la fuerza, pero siguieron con los demás incautos que sí lo hicieron.


            —¿Por qué los evacuaron?


            —No sé, creo que por seguridad o algo así era lo que decían, pero no me interesa, es una noche muy bonita, ¿ya la viste?, ¿a que sí?


            —Sí, es muy elegante y mortífera, podría pasar toda la noche viendo el cielo.


            —Pues vamos, si es nuestra última noche, no hay que desperdiciarla. —Al parecer ambos amigos pensaban de igual modo.


            Se dio cuenta de que había más personas en el departamento.


            —Tienes fiesta, ¿eh? —dijo el cuasi asesinado.


            —De hecho, sí. Estábamos en una fiesta cuando todo esto ocurrió.


            —¿Qué festejaban?


            —Mi cumpleaños, pero ahora siento que celebramos el apocalipsis.


            —¿Crees que se acabe todo? —Pasó por alto el festejo y cambió de tema sin tacto.


            —No, pero no perderé está oportunidad de ver lo que sucede. —El amigo tampoco se mostró interesado o herido por la falta de empatía.


            Lo dejaron solo, su amigo se fue a la cocina. La televisión finalmente se encendió «… fallas eléctricas en todas partes, el nivel del agua ya alcanza un metro de altura, están saturados los servicios de emergencia, no hay control sobre la situación, recomendamos no salir de casa, hay vientos muy fuertes, grandes inundaciones y truenos que provocan muertes y desastres materiales como nunca se había visto…». Uno de los presentes cortó la comunicación.


            Pusieron música que apenas se oía con el ruido que venía del exterior. La gente tomaba, bailaba y parecía disfrutar del ambiente. Apagaron los focos, dejando que la tormenta hiciera su trabajo y los iluminara con sus psicodélicos resplandores que destellaban en incandescencias arrítmicas.


            Se encaminó hacia la salida a la terraza, era una fortuna haber llegado tan lejos. Corrió la puerta y una brisa extrema entró silbando. Salió rápidamente y cerró con mucho esfuerzo la portezuela corrediza. Ahí afuera comenzaba a encharcarse con tanta lluvia que caía.


            Así vestido, se quitó los zapatos e ingresó al jacuzzi que no era más que una tina que lanzaba agua caliente y burbujas cuando se encendía, pero ahora estaba llena de líquido apocalíptico. Se acomodó lo mejor que pudo. Veía hacia el horizonte, el resplandor amenazante de los nubarrones deformes y las venas saltadas de los truenos que parloteaban en su idioma estrepitoso, sublimando colores irreales que parecían artificiales. Algo enorme que ya engullía casi la mitad del cielo y se movía a gran velocidad.


            Su amigo abrió la puerta y salió, cerrándola para evitar que se metiera el agua y que el aire tumbara algo, tal vez estaba protegiendo a sus invitados para que siguieran disfrutando de la fiesta.


            —Magnifica vista, ¿no es así? —dijo el dueño del departamento.


            —Sin duda, algo maravilloso.


            —Hiciste bien en venir, aquí sin duda estamos en primera plana para recibir este fenómeno.


            —No podría desear otra cosa.


            —¿Un trago?


            —Venga, ¿tienes café?


            —Ya se está calentando.


            —Me conoces. —Ambos rieron.


            Una mujer salió con un vaso térmico, lo entregó y se quedó parada al lado. No dijo nada.


            —Ella es Amanda, mi novia.


            La volteó a ver, pero la joven estaba absorta viendo el paisaje desolador y tiritante de las nubes.


            —Es linda. —Fue la simple respuesta que le proporcionó.


            —Lo sé, muy buena compañía.


            Ella permaneció afuera, los dos amigos se quedaron dentro de la pequeña tina, contemplando aquel espectáculo único en su clase, sin saber que les sucedería. A esa altura solo escuchaban el rugir del viento y los truenos cayendo y destrozando lo que tuvieran a su paso. Era como estar alucinando, con esas nubes que cambiaban de color espontáneamente, turnándose en su oscuridad, para vislumbrar destellos azules que desprendían toques dorados y finalizaban en chispas rojizas que parecían no provenir de ningún sitio en particular.


            Se sentía afortunado, no podría desear estar en ningún otro lugar.


            La lluvia le resbalaba en la frente. Pero aquello, ese cielo psicodélico, era simplemente increíble. Toda una obra de arte mortífera que jamás se había visto o imaginado.


            Sonrió. Era de las personas más afortunadas, esos tres y los que estaban festejando dentro del departamento. Solo ellos podían disfrutar del desastre que atemorizaba a la mayoría, pero que no dejaba indiferente a nadie. Si esa era la felicidad, se sentía el ser más dichoso del mundo entero.





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