Maldad en el cuarto.

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Estaba tomando un curso con un grupo de adolescentes que desconocía. La temática no le interesaba mucho, pero era obligatorio, así que se posó en la parte trasera del salón para soportar un poco mejor aquella situación indeseada. Lo habían orillado a asistir para mejorar algunas actitudes y optimizar su trabajo, tal vez la intención era buena, pero despreciaba el estar rodeado de jóvenes. Solo había dos adultos maduros que pasaban de los cuarenta, uno se veía muy entusiasmado y pronto se hizo amigo de varios de esos imberbes, se le figuraba un niño grande que nunca llegó a crecer emocionalmente.


            El curso era gratuito para prácticamente todos, aceptando solamente un par de mayores por distintas razones laborales. Eso era algo insoportable, pero tenía que ir, no le quedaba otra opción.


            Día tras día era lo mismo. Estar sentado hasta atrás, cabeceando, pasando vergüenzas, humillando su ego, sin motivos emocionales para combatir aquel ambiente.


            —No te duermas.


            —No.


            Una joven le había hablado, seguramente lo hacía con la intención de burlarse de él. Cruzó los brazos y se acomodó en su respaldo, los ojos se le cerraban.


            —Que no te duermas.


            —Oh, que no, que no me duermo —respondió molesto, no podría decir si era porque le interrumpían el sueño o por el hecho de que lo vigilan un grupo de infantes cuasi crecidos y que solo buscaban los defectos que pudiera tener.


            —Es en serio, no te duermas.


            —¿Por qué te importa tanto que no me duerma?


            —No te lo puedo decir ahora.


            —¿Cuándo?


            —En el receso, si me esperas te lo diré.


            —Como quieras.


            Torció el gesto y comenzó a hacer apuntes que se volvieron dibujos, más tarde se encontraba realizando operaciones de ingresos para ver cómo mejorar su economía.


            En el momento del descanso, se iba a levantar para hablar con su esposa por teléfono, pero la adolescente lo interrumpió.


            —¿Quieres saber por qué no te debes de dormir?


            —Como sea, pero que sea rápido.


            —Bien, no nos llevará mucho tiempo.


            —Ya dime, tengo cosas que hacer.


            —No lo vas a entender, así que te lo mostraré. En el turno de noche, en las últimas clases, justo en el cambio de día, puedes dormir.


            —¿No que no me debo de dormir?


            Se levantó molesto y salió del salón, mientras lo hacía ella le sonreía, que chica tan extraña.


            Regresó con los últimos rayos del sol, una pena que tuviera que seguir en clases en ese momento del día, era su favorito. Poder ver el ocaso, las nubes doradas y las luces muriendo en una danza multicolor.


            Estaba sola la joven, había acomodado su banca junto a la suya, pero que encimosa. Estando más de sus escandalosos compañeros de su edad, tenía que ir con él. Seguramente era alguien que buscaba dinero y trataba de coquetearle, eso no le funcionaría, pues amaba mucho a su esposa y no lo permitiría.


            —Dejaré que duermas.


            —Lo que digas.


            Seguía enfadado, pero no pensaba moverse de ahí, ese era su sitio y no se iba a ir por los caprichos de ella, aunque fuera muy molesta, no le permitiría ganar en el juego que estuviera creando.


            Pasaba el tiempo. Se trataba de una tortura el tomar clases a esa hora del día, después de haber trabajado media jornada, alejado de los suyos, en un ambiente hostil para él, con esa compañía que lo vigilaba. Tal vez ella buscaba su cartera y se la iba a robar cuando se durmiera. Tenía que aguantar. Quizá estaba jugando con él para tomarle una foto y exhibirlo.


            Había que resistir, los ojos le pesaban mucho, los sentía irritados. Todavía le quedaban unas horas de clase y luego podría ser libre, ya era fin de semana. El cansancio de todo el período lo tenía acumulado y quería salir en ese momento.


            Volteó a ver a la joven. De las más inteligentes y participativas, siempre sacaba las mejores notas, con los apuntes perfectos. Sin duda podría ser su jefa si fuera unos veinte años mayor. Ella descubrió que la observaban, se giró y le sonrió levemente, para después regresar su atención a la clase. Él se ruborizó, se sintió incómodo y trató de fingir que nada sucedía. Miró a la profesora explicando lo que le parecía de lo más mundano e innecesario, pero que le daría una constancia con la cual aumentaría sus ingresos y con eso podría llevar a sus hijos a la playa, para poder así, en una con…


            Se quedó dormido, los pensamientos se le habían vuelto incoherentes.


            Abrió los ojos, estaba todo oscuro afuera, solo había luz en el interior del aula. Los alumnos se distinguían extraños, como distantes, era… parecía que no estaban ahí, sus figuras se veían difusas.


            Se aclaró los ojos, pudo ver con más nitidez, al igual, su oído se agudizó.


            —Hola, ya te dormiste.


            —Que no, estoy despierto.


            —No lo creo.


            Ella se levantó de su asiento. Tenía un atuendo diferente, un vestido rojizo, similar al que acostumbraba, pero con un resplandor mayor, como si las luces del ocaso le llegaran directamente.


            ¿Qué hacía?


            Nadie le prestaba atención a ella que estaba ahí, al lado de su asiento, viéndolo. Era como si no estuviera la joven. De repente comenzó a andar por los pasillos, entre sus compañeros que no le hacían caso, se paseó por atrás de la profesora.


            El tiempo se volvía más lento, los reflejos y movimientos se aletargaron, todo se tornó perezoso, excepto ella que todavía se movía con normalidad.


            La mirada de él era de sorpresa, algo increíble. No creía en lo que veía, tan extraordinario y fuera de la normalidad, estaba claro que andaba dormido.


            —¿Ya me crees? —lo cuestionó desde el otro extremo del salón.


            —¡Por todos los cielos! ¡¡Sí estoy dormido!!


            —Te dije. —Caminó de regreso hacía él.


            —Solo que esperaba que en mi sueño no estuvieras tú, no te aguanto —se le salieron las palabras sin pensarlas siquiera.


            —Lo sé, tienes una percepción superior a la normal.


            —Eres más rara en sueños que en la vida real. —Tras una breve pausa, añadió—. No te soporto.


            —Y haces bien.


            Se levantó sacudiéndose. Trataba de despertar, pero su cuerpo seguía embelesado. Podía escuchar la clase distorsionada, como si estuviera abajo del agua y no pudiera comprender su significado. Tal vez era por la letanía del movimiento y del tiempo, el cual, en ese instante se detuvo por completo, ya no oía nada más que a la férrea compañera que no quería.


            —Te voy a mostrar algo, sé discreto —continuó ella sin importarle las acciones que hacía para dejar de soñar.


            —Suficiente, me voy a despertar.


            —No podrás, pero eso no importa.


            —¿De qué hablas?


            Ella no respondió. Pasó de largo y le estiró la mano. Él le tenía miedo, empezaba a sospechar lo peor, sentía que estaba en una pesadilla y comenzaría a sudar frío en cualquier momento, pero, lo que realmente le preocupaba era brincar en su asiento y que los adolescentes vieran que había tenido un mal sueño. Trató de calmarse.


            En la palma de la extraña joven había una tiza que tomó del pizarrón cuando pasó al lado de la profesora. Comenzó un dibujo de un rectángulo bastante grande en la pared. Él estaba incrédulo, viendo sin saber lo que sucedía. Cuando cerró el circuito calizo, empezó a desmoronarse ese trozo del muro, como si fuera una especie de humo que se evapora y se distiende por el lugar.


            Pudo percibir una especie de pasadizo, los laterales figuraban ser de tierra con llamas en su interior, parecía que el material fuera de un cristal sucio y traslúcido, permitiendo ver el destello danzante de un incendio que está del otro lado. El piso constataba completamente de arenisca, se notaba cierta humedad, como si lo hubieran regado recientemente.


            —Acompáñame —exclamó sin rodeos.


            No sabía que hacer, estaba totalmente atónito.


            Después de un momento, la siguió sin pensar, era mucha su curiosidad. Iba involuntariamente, guiándose por puro instinto, sin detenerse a razonar con lo que estaba haciendo.


            —Este es mi cuarto —continuó narrando la joven.


            Entró al pasadizo que se doblaba hacia la derecha, era muy estrecho. Ella iba de frente, cuando algo le interesaba, simplemente tocaba ese trozo de pared que resplandecía con una luminosidad imposible. Ese borde se desmoronaba, al igual que todo el umbral, dejando una especie de entrada escarpada y amplia con un interior oscuro, solo se percibía lo que dejaba ver el resplandor del pasillo.


            Sus ojos se acomodaron, era una especie de… cuarto hecho con tierra, como si se encontrara en una zona bajo suelo muy antigua. Había algunos jarrones, un tipo de cama rudimentaria con harapos blancos y sucios que servían de cobijas y pocos objetos más.


            —Hay muchas habitaciones más, ¿quieres verlas? —Le sonrió al señor.


            No respondió, tenía la boca abierta, incomprensible a lo que sucedía.


            —¡Oh! Veo que no lo entiendes. Debí suponer que era mucho para una persona, pero bueno. A esta hora, si te quedas dormido, entras en mi mundo y te podrías perder. Al menos agradece que tuviste una guía —explicó amablemente.


            Él tenía cara que denotaba una infantilidad increíble, como un pequeño al que le hacen trucos de magia y queda paralizado.


            —No creo que lo comprendas. En fin, solo te diré que no soy humana y que estás en el umbral de mi cuarto.


            —¿Puedo-pu-puedo pasar? —tartamudeó incrédulamente.


            —Sí, claro, con confianza. Me alegra que quieras pasar tiempo conmigo.


            —¿Por qué este cuarto tan… este, tan sucio y… y polvoriento?


            —Estamos bajo tierra, este sitio es donde fallecí —pronunció lo último sin tapujos, como cualquier tema normal.


            Casi se cae de la impresión, pudo sentir que se orinaba del susto. Ya no pensaba en que los adolescentes se burlaran de él al verlo dormido.


            —Estás a salvo. Yo no lo estuve, pero no soy del todo un ente del mal, sé reconocer cuando me conviene no dañar a los demás. —Parecía que podía decir lo que quisiera sin reparo.


            Pensó en salir corriendo, pero sus piernas no le respondían.


            —Seguro reflexionas, ¿por qué este sitio es tu cuarto?, ¿quién eres?, mejor dicho, ¿qué eres? Bien, hay mucho que ustedes no comprenden, digamos, hay más allá de lo que pueden entender.


            —¿Por qué aquí? —Después de una breve pausa razonal, continuó—. ¿Me puedo ir?


            —Porque este cuarto está lleno de maldad, ustedes lo pueden entender como el infierno, pero, es más, mucho más complicado que eso. Si me quieres dar un nombre, digamos que soy un demonio.


            —¿Un demonio? —Su mirada denotaba que carecía de la cordura que tendría si estuviera despierto.


            —Tranquilo, estamos en tu sueño, ¿lo recuerdas? Por alguna razón, que todavía no me queda del todo clara, tienes la capacidad de entrar en otros territorios cuando duermes. Sé que no lo entiendes, pero te he visto merodeando por estos rumbos, ahora estás en mi territorio y era inevitable que llegaras a mi cuarto.


            —¿Esto es un sueño? —No podía más que hacer preguntas.


            —Sí, el tuyo. Solo puedes estar en un sitio a la vez, no como yo que estoy aprendiendo de la humanidad y te estoy enseñando este lugar.


            —¿Puedes despertarme? —su voz sonó muy suplicante.


            —Sí, solo necesito moverte en la vida real y con eso te despertarás.


            —¿Lo puedes hacer?... por favor.


            —Antes necesito algo, quiero tu confianza, saber que no me harás daño.


            —No sé. —En lugar de acceder y salir de ese sitio, solo atinó a responder con sinceridad.


            —Júralo.


            —Los demás, este, ellos… ¿qué sucede con ellos? —Quería solventar sus dudas antes de afirmar cualquier asunto.


            —Están a salvo, aquí en tu sueño que es mi mundo, puedes hacer lo que quieras con ellos, no les pasará nada. Ahora están en hibernación, totalmente quietos, el tiempo es diferente. Puedes golpearlos, arrojarlos, llevártelos, hacer lo que te plazca. Cuando te hayas cansado de saciar tus instintos más primitivos y «malvados», como le gusta llamar a ustedes a estos actos, solo necesitas despertar y todo continuará sin problemas.


            —Es como, ¿como si no fuera real?


            —En cierto sentido, sí. Estamos en otra dimensión, otro lugar, un mundo distinto. Lo que aquí hagas no afectará a los demás, que es donde ustedes habitan y en donde estoy ahora.


            —¿Cómo es que estás ahí? —Creía entender que ella se encontraba en dos lugares al mismo tiempo.


            —No te lo voy a decir, hay más de lo que puedes entender.


            Él, sin responder, caminó hacia el salón. Ahí seguían todos quietos, a manera de una fotografía por donde pudiera moverse. Tocó la mejilla de una joven, se sentía suave y tersa, como si se tratara de la realidad. Le quitó el lápiz a otra persona y lo arrojó lejos, quedándose inmóvil a medio vuelo. Volteó a ver a la joven, se encontraba parada en el umbral.


            —Necesito saber que esto no te cambiará —resopló ella con seriedad.


            —No me has hecho daño, en lugar de eso me has mostrado tu mundo. En la realidad no te soporto, pero aquí me has enseñado algo que escapa de mi imaginación, ¿por qué?


            —Digamos que moriste hace mucho tiempo, pero lograste regresar de algún modo a la vida, dejando un umbral para volver al sitio de los difuntos. Cuando estás descansando y tu mente se relaja, se te permite ingresar a otras zonas, como si hubieras fallecido.


            —¿Puedo…?, ¿puedo levantar a la gente y llevarla al cuarto? —preguntó sin hacerle caso a lo que ella le acababa de contar.


            —Eres malvado, ¿eh?


            —No —mencionó secamente.


            —No es necesario que me mientas.


            —¿Dijiste que eras un demonio? —Sus frases eran inconexas y las articulaba conforme llegaba la idea a su imaginación.


            —No, dije que me puedes considerar como uno, pero el concepto está inacabado e incompleto.


            —¿Yo soy malvado?


            —No, solo que como estás dormido, no razonas de igual manera y por ello actúas de una forma, digamos, irracional y primitiva.


            —¿Nos llevamos a varios al cuarto? —dijo en un tono macabro.


            —Me gusta como piensas. —Sonrió ella, sabía que, en la vida real, él nunca se comportaría de aquel modo.


            —Me da pendiente ser alguien malo —expuso sus ideas sin ser congruente con sus acciones.


            —No lo eres, no estás dañando a nadie, solo experimentas con aquello que no es real.


            Levantó a una adolescente, era sorprendentemente liviana. Ella hizo lo mismo con un joven. Los acomodaron en sus espaldas, tomándolos de las muñecas, colgados como si fueran capas. Comenzaron su recorrido al interior de aquel sitio, sin duda, hay maldad en el cuarto.

 




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