Fin de filme.

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Imaginar un sueño, es más, existirlo como si fuera la vida misma, algo muy hermoso, pero, ¿qué sucedería si pudiéramos salir de esa realidad? Me refiero a atravesar la cuarta pared dentro de la fantasía que creamos al dormir, poder ver todo el contexto y el entorno, como si fuera una proyección de otra persona.


            No solo leyendo se puede adoptar un poco de ese espacio, aunque el fin de estos escritos es alcanzar más gente para difundir un mundo distinto y extraordinario que escapa de nuestras posibilidades, llevando esperanza, emociones y sensaciones con el mundo.


            Las películas son muy útiles en estos casos. Todo lo que sucede se puede oír y ver, aunque esté en dos dimensiones y solo podamos percibir lo realizado, nada de lo que se encuentra fuera del cuadro es observable.


            Se podría decir que un sueño es similar, ver una ilustración en la mente. Como si estuviéramos en el cine interno de nuestra conciencia, captando lo que ella nos quiere dar, sin tener voluntad. Solo percibir a un sujeto protagonista, que sospechamos que somos nosotros, hacer distintas actividades, la mayoría del tiempo sin sentido, para luego olvidarlo.


            ¿Qué sucedería si no se perdiera?, ¿si pudiéramos salir del sueño justo antes de que termine, poder cruzar esa barrera que nos vuelve involuntarios?


            Hay un sujeto que lo ha podido hacer.



  

Depende del tipo de aventura que tengas, pero, como están hablando de una secuencia filmográfica, narraré como fue ese final.


            Recorriendo un paisaje natural, muchos arbustos, bayas, árboles y criaturitas amistosas como pajarillos o ardillas; riachuelos a lo lejos, el sonido del viento y la tranquilidad del paisaje, aunque hacía sol, no estaba caluroso ni molestaba la luminosidad.


            Caminar y reflexionar, mientras se va disfrutando del entorno y de la paz que solo se puede tener en nuestro interior. Pude recorrer muchos sitios, como el arroyo, metiendo los pies en la orilla, sintiendo el frío del agua moviéndose lentamente, llevando pececillos de colores, husmeando y huyendo en su respectivo mundo propio; lo atravesé caminando, sin llegar a más altura que las rodillas.


            Salí y continué andando. Me encontraba en una especie de pradera reseca con algunos montes pequeños, uno de ellos era el sitio donde vivía una persona muy extraña que prefería el interior de un cerro que su localidad, todo por culpa de los terremotos.


            Otro tramo más adelante vislumbré el sitio que serviría como proyecto para un videojuego futurista sobre la guerra, era un gran prado con tierra marrón clara y algunos árboles que lo costeaban, parecía una isla en medio de la vegetación. Lo atravesé.


            Ya era de noche, el tiempo funciona de una manera distinta. Podía ver grandes montañas verdes a lo lejos, con el fondo nocturno y una luna que apenas iluminaba. Hacía frío y comenzaba mi momento de regresar a la vida, de despertar.


            Quise guardar ese trayecto simple que había soñado. Cerré los ojos, cuando los volví a abrir, era como si me encontrara en el cuerpo de un extraño, me podía ver a mí con los parpados cubriendo mi mirada.


            Era libre de moverme por todo el terreno, a la velocidad que quisiera, pero no solo eso, sino que extraje la realidad, me refiero, la rompí. Es difícil de explicar.


            Primero puse bordes oscuros para delimitar el mundo en el que me encontraba, el interior era el sitio en donde físicamente me hallaba, pero mi visión era incorpórea. La parte superior e inferior se llenaron con un marco creado con cuadrado segmentados, de color negro transparentoso, típico de los filmes o rollos fotográficos.


            Continué inventando la pequeña imagen, si no la movía, parecía que estaba en dos dimensiones, pero si me giraba hacia un lado, podía notar el fondo y el cambio de perspectiva, como si viera a través de una ventana.


            Distanciaba el retrato que se segmentaba en rectángulos temporales. De frente se encontraba una imagen nítida de mí cerrando los ojos, detrás, en otro recuadro, el sitio por el que había pasado. Como si fueran dos fotos no reveladas, una junto a otra en dos momentos distintos, pero existiendo en ese espacio.


            Pude retorcer estos fragmentos, doblándolos sobre sí mismos, al igual que los filmes de cine se enrollan para proyectar una imagen temporal.


            Así es como comencé a guardar mi sueño: plegándolo y empaquetándolo. Me divertía dándole formas distintas, la flexibilidad era muy amplia. Si me acercaba al recuadro podía volver a vivir esa parte del sueño, me alejaba para después concentrarme en otro segmento, o hacer correr toda la película de una vez, viéndola desde distintos ángulos, pero siempre con la misma situación.


            Una vez resguardada la información, pude recrearla como un fin de filme y prepararla para su exposición al público, al igual que cualquier otra obra que muestra un acontecimiento entretenido.

  




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