Entre el cerro.

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Visitando a un viejo familiar que se había mudado del pueblo por los temblores y ahora vivía como podía. Creándose su propio sitio donde descansar. Las demás personas lo aceptaban y hasta comenzaban a actuar como él, mudándose a los alrededores y creando una comunidad que se mantenía a sí misma.


            Era incomodo poder ingresar a su casa, si es que se le podía llamar así. No era tan fácil como abrir una puerta y entrar, sino que tenía que quitar una sábana y algunas maderas al nivel del piso que servían de protección, bajar unos escalones de rocas y tierra, para finalmente llegar al fondo que era en donde él pernoctaba.


            Su cama estaba hecha con restauraciones de una vieja y destruida cuna, con girones de tela por todas partes, mucha suciedad y alimañas, además de un olor a encerrado y humedad. Así era como le gustaba vivir, cada uno tiene sus gustos.


            La visita quería saber que todo estuviera bien con su familiar, que no hubiera perdido la cordura o anduviera en malos pasos. Se quedó sorprendido por la coherencia que mostraba su diálogo, las razones por las que había adoptado ese espacio como su hogar y como se la pasaba de bien.


            No estaba seguro de que fuera una buena idea, hasta que le comenzó a plantear la situación. Resulta que los temblores destruyeron muchas casas, como la suya, así que salió del poblado y se encontró con este cerro desgajado, como si estuviera cortado con un filo recto y hubiera dejado una gran hendidura en su interior. No era una caverna, sino una barrera natural a los desastres. Con paredes de piedra, arena, tierra y malezas.


            Llevaba ya un tiempo habitando en esas condiciones, los demás pobladores le habían provisto de suministros para sobrevivir, así como utensilios para pasar la noche, de esa manera llegó la cuna derruida o las maderas que servían para pasar sobre su casa y que fungían como la entrada. La sábana superior era para evitar la tierra que caía del monte que todavía no se desprendía.


            Algunos vecinos se instalaron en los alrededores, con casitas provistas de madera, cartones e incluso había algunos que comenzaron a construir arriba del cerro quebrado.


            El pariente decía que era un sitio protegido, que, si llegaba a temblar, él estaría a salvo, puesto que el último sismo no había destruido la loma, solo lo había acomodado para sus necesidades. Si eso había ocurrido con esas características, debería de ser por una razón.


            No tenían lógica esos argumentos, pero el familiar visitante no sabía qué hacer. Quería llevárselo a la ciudad, solo que su pariente se negaba. Estaba terco en seguir viviendo bajo tierra, con pocos recursos, subiendo peldaños toscos que podían ser peligrosos, especialmente si llovía. A ese último punto sonrió el anfitrión, no estaba preocupado, tenía un desagüe natural y no se iba a inundar, a lo mucho se llenaría de lodo unos días, pero nada que la naturaleza no pudiera soportar.


            Esa noche se quiso quedar de visita. Ocupó un pequeño hueco excavado en una de las paredes, sobre él se encontraban las tablas, la sábana y el cerro que permanecía en pie. Percibía la tierra cayendo, su sonido al chocar con las rocas. Lo peor era que un terrón grande podría caerle en la cabeza.


            Quitó la madera que servía como techo y andador peatonal. Para su sorpresa, la pared de tierra estaba decorada, contenía peluches, velas y otros cachivaches aptos para un ritual o altar. A través de la delgada tela rasgada, pudo ver a una niña hasta arriba del todo, estaba observando por una ventana, había una construcción sin terminar justo sobre el montículo, de color gris cemento y sin cristales.


            La pequeña lo estaba mirando, tenía un peluche similar al que servía de ornamentación en el cerro desquebrajado, solo que de otro color, uno rosa en lugar de morado.


            De la parte superior cayó un puñado de tierra con algunas yerbas, pasando por detrás de las decoraciones, la mayor parte quedándose en esos bordes cavados como niveles de estantería, lo demás fue cubriendo la sábana, que cada vez dejaba ver menos con tanto polvo. Era un milagro que su familiar no haya sido sepultado bajo tierra, pero el gusto es de cada uno.


            A algunos les gusta vivir entre el cerro.





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