Swissfi.

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Un entretenimiento virtual basado en las guerras del final del segundo milenio. Cuenta con todas las características despobladas de esa antigua sociedad, incluyendo exuberante vegetación de muchos tipos y climas tan fascinantes que parecen irreales.


            En este caso, vamos a describir al Swissfi.


            Por defecto, nos encontraremos en una superficie desértica, con poca flora y aún menos fauna. Una gran cantidad de peñascos, escarpados, sequedad y polvo por todas partes. Dando una sensación inhóspita e imposible para la supervivencia. Que bueno que solo es un entretenimiento y no la vida orgánica.


            El territorio es muy grande, pero, lo relevante es la zona de guerra. Se aplicará un país pequeño y despoblado. Los conflictos iniciarán con la colonización de esa tierra donde viven los pobres nativos que no poseen las armas de los combatientes y harán todo lo posible por escapar del fuego.


            Se pueden cambiar los niveles de dificultades y pertenecer a distintas clases. Ya sea que el gusto sea administrativo o la más pura acción inmediata y burda. Aquí hay de todo.


            Entremos a la experiencia de un soldado novato que llega perdido a una batalla y busca la manera de sobrevivir, al tiempo que hace su parte por contribuir con los egoístas deseos de algunos gobernantes.



 

 

Desperté, hacía mucho calor. Era un clima aplastante, tan reseco que me quemaba la garganta. Necesitaba tener la frazada puesta para evitar sofocarme.


            Salí de la pequeña tienda de campaña, mis compañeros estaban tomando el almuerzo. Charlamos y comimos junto a la hoguera, riendo en esos momentos que teníamos de paz. Siempre a la espera de cualquier ruido sospechoso o de algo que fuera anormal, nos encontrábamos paranoicos, sabíamos que podía llegar el enemigo en cualquier momento y comenzar una masacre.


            La regla era permanecer en el centro, vigilando los extremos, sin bajar nunca la guardia. Los perros dormidos eran una buena señal, de vez en cuando levantaban la cabeza, en ese momento todos nos quedábamos callados. Al momento de que se volvían a recostar, podíamos seguir con los alimentos y la preparación de la expedición.


            Ese día nos dirigiríamos a unos veinte kilómetros al noroeste, un sitio con un lago. Ahí podíamos tener acceso a más recursos y una mejor zona para sorprender a los rivales.


            Un perro, el oscuro, se levantó. Todo en silencio. Caminó lentamente hacia unos matorrales y se perdió. Tomamos nuestras armas, apuntando hacia ese lugar. Unos veíamos de frente y otros cuidaban la retaguardia. Regresó con un conejo en el hocico, había sido una falsa alarma.


            Esa misma tarde, antes de que el sol estuviera en su apogeo, recogimos todo lo necesario y salimos sin dejar huella de que hubiéramos estado ahí.


            Caminamos por unas tres horas aproximadamente cuando llegamos a un prado. No había árboles en toda la amplia zona. Un sitio perfecto para ser divisados desde el cielo y esconderse en la periferia para acribillar a todo un escuadrón. Rodeamos por la derecha, junto a las sombras de los arbustos, evitando el exterior.


            Escuchamos unas ráfagas, nos habían detectado y ya habían herido a uno de nuestros soldados. ¡Estábamos condenados!


            Todos al suelo, disparando hacia el lugar del que venía el ruido. Los perros furiosos fueron tras los atacantes y no los volvimos a ver. Nos sentíamos rodeados y no podíamos ir a ningún lado. Regresar al anterior campamento iba a ser la perdición, pero ir a la explanada no era mejor idea. Como no podíamos seguir avanzando, nuestro remedio consistió en aguantar lo que pudiéramos.


            Al parecer no iba a durar más de medio día en este sitio.


            Escuchaba con interferencia, parecía que mis oídos estaban dañados. Los relámpagos eran muy fuertes y el tiempo sonoro se había turbado. Era como tener una especie de insecto en mi interior, rondando constantemente en las entrañas a una velocidad muy rápida. Creí distinguir el sonido de una maquina voladora junto al bicho irritante que me carcomía los sentidos. Justo fue así, no supe en que momento, pero lo distinguí. Era el escuadrón de rescate. Lo que se había mezclado se componía con el sonido de las balas y las hélices del helicóptero.


            Mis compañeros que venían por nosotros se estaban arriesgando a ser derribados, aunque puede que fuesen el enemigo. De igual modo, estar en un área tan despoblada es contraproducente en esos momentos.


            Los que quedábamos, a pesar de estar heridos, pues tenía un dolor agudo en la pierna izquierda que apenas comenzaba a molestarme; fuimos directo al ruido de las aspas. Era uno de los nuestros, lo delataba el color que tenía. ¡Estábamos salvados!


            Brincamos a la cuerda que se encontraba a un metro de altura, apenas tuvimos fuerzas para trepar. Yo fui el último, de todos los que conformábamos el escuadrón, solo sobrevivimos tres.


            Nunca vimos al enemigo, solo pudimos escapar gracias al trabajo de los heroicos servicios de protección y medicina militar. Me aplicaron primeros auxilios y me acomodaron en una camilla, cerré los ojos y salí de Swissfi.


            Mañana volveré nuevamente.





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