El problema son los osos.

Categorías:


Fue invitado a la casa de un viejo amigo de la familia, tenía muchos años que se habían distanciado.


            Sus padres fueron los que entablaron la relación, pero se alejaron, dejando que la descendencia volviera a juntarse después de tanto tiempo.


            Cuando se conocieron, uno era adolescente y el otro todavía un niño, a pesar de eso, siempre se trataron como primos, pues ninguno tenía más familia en el pueblo.


            Los fines de semana solían verse en la casa del mayor, ellos ya tenían unos años viviendo ahí y habían adquirido la propiedad, la cual estaba alejada del poblado, además de contar con mucha área verde, incluido un hermoso riachuelo que delimitaba el terreno.


            Los mayores platicaban alegremente durante horas enteras, mientras los pequeños jugaban en el jardín, siempre corriendo, pues el espacio era muy grande.


            Conforme pasaba el tiempo, la familia del menor cambiaba de casa, nunca permanecía mucho tiempo en una. Eso complicaba el poder seguir con las visitas continuas.


            Algunas veces, como los adultos trabajaban, los chicos se quedaban a solas viendo películas en la habitación. Eran tardes maravillosas.



  

Todo eso iba recordando mientras caminaba rumbo a la vieja y enorme casa de su primo.


            Al llegar, se encontró con mucha gente. Había mejoras en el domicilio, ahora se mostraba todavía más majestuoso a la vista.


            Entró sin reconocer a nadie, llevaba un pequeño regalo que dejó en la mesa.


            Salió a la terraza, aquel lugar donde solían hacer carnes asadas sus padres y los amigos de ellos, es decir, sus «tíos».


            Estaba una mesa a su izquierda, de un vidrio opaco. Muchas personas pasando, riendo y comiendo. No encontró a su primo voluntario.


            Se sentó en las escaleras que daban al jardín, todavía se veía hermosísimo aquel riachuelo, era tan divino como lo recordaba.


            Estuvo bastante tiempo rememorando a los dos pequeños de su pasado, corriendo sin ninguna preocupación, eran tan chicos y nada les importaba.


            Ahora que su primo vivía solo aquí, tenía sus propias amistades, más que sus padres al parecer, ya no era lo mismo que antes. A pesar de que el lugar se veía casi idéntico, los demás eran distintos.


            Su amigo se arrebujó junto a él, hacía frío y estaba envuelto en una manta.


            Platicaron largo rato, sobre los tantos años de felicidad que vivieron en esa casa, desde los días en que correteaban animales hasta cuando jugaban videojuegos en la televisión de la sala.


            Momentos muy alegres de remembranza hasta que comenzó a oscurecer.


            Lo invitó a pasar la noche, pues muchos de los invitados estaban comenzando a irse, la mayoría no se quedaría. Él aceptó y entraron.


            Su amigo fue a despedirse de los invitados, se quedó en el comedor con otros cuantos.


            —¿Tienen mucho de conocerse? —preguntó una joven.


            —Desde que era un niño, ¿y ustedes?


            —Un par de años, es la primera vez que vengo a su casa.


            —¿Te vas a quedar?


            —Es correcto, no soy de aquí y no sé cómo regresarme bien.


            —¿Viniste en auto?


            —Sí, pero no me tengo confianza de manejar a oscuras, menos en terracería.


            Charlaron un rato más, al parecer solo se iban a quedar ellos tres. Cada uno en una habitación.


            Cenaron y vieron una película, riendo copiosamente sin ningún remordimiento de molestar a nadie, pues no había niños ni tampoco tenían vecinos en la cercanía.


            Después de la velada espectacular, cada uno se preparó para ir a su dormitorio.


            Él, por supuesto, dormiría en ropa interior, pues no se había preocupado en lo más mínimo de traer un cambio, así que la tenía fácil.


            Ella comenzó a levantar los trastes y dirigirse a la cocina para lavarlos, pero se le adelantó el otro invitado, que comenzó con la hazaña. Mientras el anfitrión terminaba de limpiar toda la basura que había quedado.


            Se repartieron de esa manera las tareas domésticas de la noche, que, aunque pudieran parecer unos irresponsables, trataban de mantener limpio el lugar donde hubo una fiesta.


            Su nueva amiga le llevaba los trastes que quedaban en la mesa, secaba los limpios y los acomodaba en su lugar. Él solamente los lavaba, mientras que el anfitrión dejaba limpio todo el desastre que dejaron los demás invitados, luego salió a depositar la basura.


            —Listo, hemos terminado —dijo al concluir con sus labores.


            —Así es, ya es hora de dormir. —Sonrió la joven.


            Le parecía linda, pero no sabía si ella quería algo con su primo, así que lo mejor era mantener la distancia.


            A pesar del poco tiempo, había sentido una conexión con ella, tenía todos los rasgos que le gustaban y era muy simpática, además, su cabello pelirrojo le daba un atractivo único.


            Lo sabía, estaba en un conflicto moral, creía que él le gustaba a ella. No quería entorpecer una posible relación amorosa con su viejo amigo de la infancia, menos ahora después de tantos años de olvido.


            Hubiera deseado nunca haberse alejado de aquel pueblo tan tranquilo y silvestre, pero el rumbo de la vida a veces toma decisiones que no a todos les gusta o les favorece.


            Regresó su primo y les indicó sus habitaciones, las puertas de los invitados estaban encontradas, una frente a otra, a una distancia ridícula, solo bastaba cruzar de un cuarto a otro y nadie lo notaría, ya eran adultos y lo sabían, además, habían bebido.


            En cambio, el cuarto del anfitrión se encontraba donde siempre, aquel sitio en el que vivió tantos años de su juventud, el más alejado de la casa.


            Se despidieron y cada uno se fue a su lugar.


            A pesar de estar solo y de requerir un descanso, no podía dormir, ni siquiera se había desvestido. Su cabeza tenía muchas ideas y necesitaba aclararse. La habitación de ella le llamaba, se la imaginaba con su larga melena pelirroja a la luz de la luna, todo muy poético.


            Salió y se dirigió a la terraza. Recordando las viejas noches en las que se había quedado en aquel lugar.


            Solía ser un sitio muy oscuro y tenebroso, sus padres siempre le prohibieron salir al jardín a esas horas, es más, le impedían el acceso a la terraza. Decían que afuera había animales salvajes que podían hacerles algo.


            Y era cierto. El terreno del vecino ahora estaba baldío, antes tenía una pequeña choza donde almacenaba sus herramientas para arar y trabajar el campo. Solamente iba de día porque no soportaba a las bestias que rondaban a altas horas.


            Recuerda haber escuchado que se robaban todo lo que olía a comida y no les importaba si había alguien o no, simplemente iban y arrebataban lo que fuera comestible.


            La puerta se abrió, era ella, traía puesto un abrigo muy calentito de color rojo, hacía un énfasis muy lindo con su cabello.


            Estuvieron juntos un momento, hablando de las trivialidades que habían ocurrido en el día.


            Esa sensación de confort y de sentirse vivo no la tenía desde hace más de cinco años cuando era nuevo en una ciudad muy grande. Algo maravilloso, recordar todo eso, viendo el brillo del riachuelo.


            Le entraron unas ganas enormes de ir a tumbarse al césped con ella y hablar hasta la madrugada de cualquier tema. Algo que había hecho con anterioridad en otros lugares y circunstancias, pero, no podía y se lamentaba por eso.


            Oyeron un ruido cercano, a la derecha algo estaba moviendo el bote de basura.


            —Son ellos, siempre lo arruinan.


            —¿De qué hablas?


            —¿No te parecería estupendo poder acostarte en el césped, junto al frío del riachuelo, contemplar la hermosa luna y dejar que la vida siga su flujo, tener una pausa, solo por esta noche, fingir que el tiempo no pasa y que será una eternidad la que necesitemos hasta que amanezca y todo vuelva a ser normal?


            —Sería algo muy lindo, ¿quieres hacerlo?


            —Sí, me encantaría, lo deseo con todo el corazón, pero no podemos, simplemente se arruinaría. Aunque las circunstancias sean perfectas, no todo es lo que parece y hay algo que nos lo impide.


            —¿Hablas de nuestro amigo?


            —No, nada de eso. Mira el campo, el riachuelo, la vegetación, dime, ¿qué ves?


            —Un paisaje muy bonito y oscuro.


            —Exacto, hay más de lo que vemos, eso es lo que nos lo arruinaría.


            Sin esperar una respuesta continuó.


            —Sígueme, no hagas mucho ruido. Esta noche hubo fiesta y hay mucha basura en el exterior. ¿Te habías preguntado porque solemos ser tan limpios?


            No dijo nada, lo siguió mientras esperaba la continuación de su discurso.


            Llegaron al final de la terraza y se asomaron a un costado del jardín, había un bote de metal, todo rasgado y viejo, tirado en el piso. Mucha basura desperdigada por todas partes, pero sin ningún ápice de bolsas de plástico ni contenedores, parecía como si simplemente las hubieran colocado ahí directamente desde la mesa.


            Asomando medio cuerpo desde el contenedor, se encontraba la parte trasera de un animal peludo y grande, casi del tamaño de una persona adulta, un poco más pequeño y robusto, pero de un castaño sucio y grueso.


            —Esa es la razón de que mucha gente se haya ido de aquí. Esos animales han adoptado este estilo de vida y algunos, incluyendo a mis tíos, no les agradó la situación, pero mi primo les tiene cariño, por eso sigue viviendo aquí.


            —¿Qué son?, son muy grandes para ser lobos.


            —¿No les tienes miedo? —dijo sorprendido al ver que la reacción de ella era de curiosidad.


            —No, si fueran peligrosos, no estaría aquí tu primo.


            —Eres muy inteligente, aunque no sean peligrosos, son muy molestos, verás, ¿has visto como las palomas huyen de los niños?


            —Ajá —dijo divertida, viéndolo a los ojos, brillando con la farola de la terraza. Se veía tan linda. Lamentablemente no era para él, pues el destino se lo hacía saber. Esos animales eran la clave.


            —Pues aquí es algo similar, solo que a la inversa. —Pudo jurar que vio una mirada traviesa en ella—. Estas criaturas te persiguen porque saben que la mayoría de las personas les temen, pero no buscan hacer daño, solo que les den comida y los dejen en paz. Sin embargo, hay veces que llegan a extremos de ser muy enfadosos, pues son territoriales y nunca nos dejarían en paz.


            —¿Es por eso por lo que no debemos bajar?


            —Sí, ellos te perseguirán la noche entera hasta que les des algo de comer o te pierdan de vista, pero son torpes, no saben subir escaleras, así que nunca vendrán con nosotros.


            —Pero, ¿son sociables?


            —No, para nada, lo mejor es dejarlos solos. Da mucho pavor que uno de ellos se ponga en dos patas y te persiga, mide casi lo mismo que nosotros y, quien sabe, tal vez un día sean hostiles. Digo, son más fuertes que las personas y cada vez hay más.


            —Es una noche tan pacífica y tranquila, solo se escucha ese animal ahí abajo comiendo, sé que pueden ser agresivos si uno se acerca mientras se alimentan, eso es lo más natural, pero, me sorprende, es perfecto como para estar sentados a la orilla del riachuelo, platicando con este frío, los dos juntos.


            —Lo sé, pero no se puede…


            Caminó de regreso a la puerta, ella seguía viendo a aquella enigmática criatura que salió completamente del bote de basura y la vio directo a los ojos.


            Él continuó con su frase que había dejado a medias, mientras observaba la fascinación de aquella hermosa y mágica mujer por el animal. Abriendo la puerta para regresar a su dormitorio dijo:


            —El problema son los osos.

 




Elevador digital.

Súbeme inmediatamente.