Solo abren de noche.

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Sabían que la ciudad era diferente al caer la noche, pero nunca habían ido a aquel sitio, en realidad no tenían suficiente dinero como para pararse en esos lugares.


            En una ocasión, uno de los amigos tuvo una gran venta, jamás había conseguido una ganancia tan mayúscula, así que quiso invitar a su grupo para ir por fin a la «otra ciudad» como la llamaban.


            Los demás lo dudaban, era mucho el dinero que invertiría para pasar una noche de diversión.


            Al final resolvieron que, como eran jóvenes, no importaba. El dinero era para gastarse y después de muchos años de buena amistad, merecían aquel gusto.


            Subieron al auto del invitador. Nunca se habían dirigido hacía allá, pero sabían de su existencia. Recorrieron toda la ciudad casi vacía. Llegaron a una glorieta con una fuente hermosa y muy lujosa, sin duda ya no tardaban en alcanzar su objetivo. Viraron hacia el resplandor rojizo de la maraña de edificios nocturnos.


            Una gran entrada les impedía el ingreso, se detuvieron para que unos guardias se acercaran a ellos. Les pidieron bajar del auto, los revisaron junto con el vehículo. Se les pidió credenciales y se les interrogó con muchas dudas absurdas.


            —¿De dónde vienen?, ¿para qué?, ¿tienen dinero?, ¿fueron invitados?


            Por un momento creyeron que no iban a poder llegar a ese lado de la ciudad, pero, al parecer pasaron la prueba. Eran unos turistas novatos, aunque locales, era su primera vez en un sitio de mayor prestigio del que estaban acostumbrados.


            Se les cobró una cuota exagerada para poder entrar y se les impidió el ingreso de muchos artículos, para su suerte, no llevaban nada de eso.


            Subieron nerviosos y felices al vehículo. El conductor, con un pie temblando de la emoción, arrancó el auto y por fin ingresaron a la calle sumamente arreglada, con hermosas decoraciones en los jardines y detalles superfluos que nunca entendieron y probablemente no notaron.


            Iban viendo para todas direcciones, era algo totalmente extravagante para ellos, una especie de misterio de lo que casi nadie habla. Poca gente en la calle, la mayoría con la cara cubierta o escondida bajo capuchas, parecía que todos querían pasar desapercibidos, excepto el conjunto de amigos que no tenía ni idea del sitio en el que se estaban metiendo.


            Recorrieron unas cuantas cuadras, los edificios le saludaban con su resplandeciente luz rojiza, mucho ambiente musical y algunos bailarines que fungían como porteros.


            Decidieron entrar a un sitio un poco más grande que los demás, al parecer el umbral era subterráneo. Aparcaron y salieron del auto. La gente los volteaba a ver, muchos llevaban antifaces, cubrebocas y otros elementos para cubrir su identidad.


            Los vehículos eran rentados, uno de los amigos se dio cuenta de ello, pues sabía del tema y reconocía los que se podían alquilar. Seguramente era para evitar ser reconocidos, pensaron los amigos.


            Entraron y, un guardia también encapuchado, los interrogó. Casi eran las mismas dudas que cuando llegaron al conjunto de edificios.


            —No, no tenemos invitación. Sí contamos con dinero. No estamos seguros de lo que aquí se hace. Sí aceptamos la responsabilidad de estar aquí. Porque queremos y podemos.


            Respondieron lo último cuando se les cuestionó si no les importaba cubrir sus rostros.


            El escolta ingresó al recinto, impidiéndoles la entrada y dejándolos en el vestíbulo, les habían pedido esperar en ese lugar.


            Les parecía algo ridículo el tema de la intriga y de no permitirles pasar a lo que sea que hicieran ahí adentro.


            Se sentaron a platicar en uno de los sillones, no había casi gente en ese espacio.


            Un señor con traje subió las escaleras, por donde había ingresado al recinto el guardia de seguridad; se les acercó y les ofreció unas bebidas, al parecer corrían por parte del negocio. Todos aceptaron. El sujeto volvió a desaparecer por el mismo lugar del que vino.


            Los amigos jugaban a adivinar lo que se cocía ahí abajo.


            —Seguro es un casino.


            —Yo creo que venden droga.


            —Se me hace que hay cosas ilegales.


            —No sé, pero siento que hay mucho dinero en juego.


            Mientras tomaban sus tragos, una especie de bebida alcohólica con esencia frutal muy dulce de color rosado, una pareja salió y se sentó en los sillones más próximos a las escaleras. El conductor vio al hombre, le parecía similar.


            Al platicar, de vez en cuando lo seguía con su vista, era alguien que ya había conocido, solo que no recordaba de quien se trataba, con ese sombrero negro y el antifaz del mismo color.


            En una de esas ocasiones, sus miradas se cruzaron, a pesar de tener la cara cubierta, se le notó un rubor. Era evidente que había reconocido al novato. El enigmático giró hacia la chica y comenzaron a hablar con más vigor, se le observaba por el movimiento de las manos.


            —Oigan, yo conozco a ese tío.


            —¿Quién es? —cuestionó uno del grupo.


            —No sé, pero lo conozco, lo he visto antes, solo que no lo recuerdo.


            —¿Seguro?, a mí se me hace que te estás confundiendo —se burló una de las amigas.


            —¡Sí, sí!, ya lo he visto antes, él me vio y se volteó, mira, justo ahora está volteando.


            Los amigos giraron a tiempo para ver que era cierto lo que decía. El incognito hizo un movimiento abrupto y se levantó de golpe, junto con su joven acompañante. Se dirigían de nuevo al interior del establecimiento.


            Justo antes de que comenzaran a bajar las escaleras, el amigo supo de inmediato de quien se trataba, ese perfil era inconfundible, lo había visto durante varios años en su juventud. Era un viejo amigo de la escuela, casi a inicios de su vida adulta.


            Hace mucho tiempo habían entablado una relación muy fuerte, eran mejores colegas y se veían a menudo, pero el rumbo de la vida los hizo separarse.


            No había vuelto a saber de él, pero reconocía esa barriga y la forma del mentón, además de la estatura; era evidente que se trataba de su viejo amigo.


            —¡Ya sé quién es! —gritó al mismo tiempo que se levantaba para darle alcance.


            Casi se tropezó con los pies de uno de sus perplejos compañeros que no entendían lo que sucedía, ellos solo sabían que el exterior era muy bonito y, por alguna razón, casi todos los edificios eran de un color rojo hermoso y muy elegante.


            Corrió hasta estar justo en la bajada de las escaleras, el incognito se había detenido puesto que tenía de frente al guardia de seguridad que iba de regreso para hablar con el grupo de recién llegados.


            Le impidieron el paso al intruso y el antiguo amigo enigmático siguió su descenso, volteando una última vez, con unos ojos de sorpresa y una sonrisa cómplice. Esa mirada decía más de lo que pudieron haber hablado en todos esos años de ausencia, sabía que lo esperaba ahí abajo, él se encargaría de todo, de eso estaba seguro.

 



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