Trotamundos.

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Salió de su pueblo hace mucho tiempo, no había vuelto a él en más de 20 años.


            Trabajaba en una pequeña ciudad como camionero y solía recorrer las distintas comunidades cercanas. Tenía muchas experiencias en su labor, como la vez en que una cabra se le atravesó y, con suerte, la pudo esquivar, eso sí, uno que otro pasajero lo insultó por su imprudencia.


            De vez en cuando lo cambiaban de ruta y tenía la oportunidad de viajar a muchos sitios del país, se sentía orgulloso de tener su propia oficina móvil, de conocer el mundo y sus gentes. Tenía tanto de que hablar.


            Disfrutaba enormemente de su vida con ese trabajo que le permitía estar en contacto con las personas, la naturaleza y con el camión, que, aunque no siempre era el mismo, se sentía como en casa cada vez que manejaba uno.


            Lo único que le faltaba era poder regresar a su lugar de nacimiento como el hombre de familia que ahora era. Todo un señor camionero conocedor de las vías más bellas.


            Así que cuando se le presentó la oportunidad, no lo dudó y aceptó el encargo de trasladarse a ese sitio de su infancia, para poder laborar un mes entero ahí. Aunque durmiera sobre su máquina de trabajo.


            Dejó a su familia, que ya estaba acostumbrada a sus largos periodos de ausencia. Besó a sus dos pequeños hijos y se despidió de su esposa.


            Salió muy temprano y manejó con uno de sus compañeros más antiguos hacía su pueblo natal.


            Platicaba alegremente de sus aventuras de la infancia, de su primer amor y de como recorría las calles siendo un chiquillo latoso.


            Al llegar, comprobó que su pequeño sitio nostálgico había cambiado, ahora había crecido, aunque no mucho.


            Tenía sitios más arreglados y algunos totalmente abandonados. Fue un choque de emociones lo que sintió, pero se mantuvo alegre y energético con su perspectiva de cumplir el sueño más deseado: manejar su camión en el pueblo que lo vio crecer.


            Su amigo hizo las primeras rondas, con él sentado a su lado, pidiendo el dinero y charlando con cualquiera que se animara a seguir su alegre conversación.


            Algunas zonas le parecían extrañas, había nuevas calles y edificios, alguna que otra construcción de algo que no correspondía con su anterior imagen del pueblo.


            Tras unos días de aprender la ruta, le tocó su turno, finalmente haría realidad su sueño.


            Cambió de lugar con su amigo y se puso al mando de la enorme bestia transportadora.


            Cualquiera que subía al camión, lo podía ver con su sonrisa, saludando a todos y siempre muy amable, recorriendo con mucha pericia los sitios más complicados de la zona, como si conociera de toda la vida ese lugar. Sorteando los obstáculos con una habilidad increíble, especialmente ahora que era la fiesta del pueblo y todos estaban más alegres.


            Los niños reían y corrían por las calles, los padres despreocupados los dejaban ser, confiados de que el amable camionero siempre tendrá cuidado en su trayecto, pues es uno de los suyos.


            En algún momento él fue como uno de esos pequeños velocistas que viajaban por todo el pueblo, como todo un auténtico trotamundos.

 



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