Balas de pintura.

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Jugando con sus amigos mientras usan balas de pintura, a lo que se le conoce como gotcha.


            En medio del bosque, muy divertidos se la pasaron. Corriendo entre el arroyo, montículos y piedras. Usando la vegetación y los minerales como escudo, dejando una obra abstracta y artística en la naturaleza como resultado de una guerra amistosa.


            Los colores muy variados: azul, amarillo, rojo, marrón, naranja, entre otros. Todos revueltos en el cartucho para ser disparados aleatoriamente al enemigo.


            Cada integrante contaba con dos pequeñas bolsas con munición variada. La diversión estaba asegurada durante mucho tiempo.


            En equipos o por individual, eso daba lo mismo, la intensión era pintar al oponente como un pavorreal o un cuadro surreal. Uno terminaba de la misma forma, con el chaleco colorido, goteando una sangre artística que se mezclaba con la naturaleza.


            Abrió el cartucho para rellenar la provisión, jadeaba detrás de una roca, la visión se le veía interrumpida por un color rojo que empezaba a escurrir por los lentes protectores. Se limpió el residuo como pudo, apurándose antes de que le volvieran a disparar.


            Vació las bolas de pintura en el contenedor, la imagen se le figuró a un retrete al que estaba a punto de jalarle la cadena para que se fuera el arcoíris, directo al pecho del contrincante.


            Era algo estupendo. Una mezcla de deporte, arte y naturaleza; junto con una guerra no bélica, sino con fines lúdicos y amistosos.


            Que bueno que las bolas de pintura son biodegradables y sirven para unir a las personas en un caso extraordinario, totalmente ajeno a los problemas comunes.

  




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